Es el periodismo. Lo maltratan muchos de los que lo ejercen, también los políticos e incluso los ciudadanos que ya no lo consideran necesario y que prefieren hacer caso a cualquier cuento chino que circule por las redes de autor anónimo e incluso inexistente. Nadie quiere asumir su parte de responsabilidad en el descrédito. «Entre todos lo mataron y él solo se murió».
El viernes se celebró el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Coincide con el Día Internacional de la Tuba. Y no tengo claro a cuál de los dos se hace más caso. Hoy publicamos el comunicado de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España que se dirige a los poderes públicos, a los partidos y a los propios periodistas para pedirles, en esencia, que respeten más una de las profesiones más antiguas y maltratadas de la historia. Una de las recomendaciones que hace la FAPE a los periodistas es que no se metan en las trincheras de otros y que se dediquen a la defensa del oficio con la práctica de los principios éticos y deontológicos que todos conocemos. Para que nuestra función social sea creíble. Porque los periodistas no pueden estar mirándose el ombligo, como hacen los políticos todo el tiempo, sencillamente porque los periodistas no deberían tener ombligo. El suyo es el de sus lectores, porque solo viven por el derecho que tienen los ciudadanos a una información veraz.
El riesgo ahora es que el descrédito de la profesión provoque que los ciudadanos ya no la consideren útil, que no les importe que sea un periodista y un medio fiable quienes le informen, sino que les baste el menú que le preparen los algoritmos de la inteligencia artificial. Al final existirán ciudadanos muy satisfechos y muy imbéciles porque tendrán la información que les gusta y no podrán enfadarse con un medio o un periodista inexistente, pero habrán renunciado a su derecho a conocer la verdad, mientras les meten en trincheras de otros.