Escuchar a Atahualpa Yupanqui con aquella aura de clandestinidad caló dentro de aquel niño hasta el punto de empujarle a abandonarlo todo y, mochila y guitarra al hombro, encaminarse a la Argentina profunda para reencontrarse con aquellas canciones que hablaban de él. No es una Argentina de lujos y oropeles, sino de pobreza, hambre y fango. En el pequeño pueblo de Santiago del Estero al que le lleva su caminar pampino conoce a un viejo sabio, patriarca de los Carabajal, compositor de las canciones argentinas más conocidas en el mundo, canciones que ese viejo ha compuesto para que reconozcamos, en su silencio, en sus letras y en sus desgarrados acordes ancestrales, lo que significa ser un ser humano.
Es allí, en esa Argentina virgen de turistas y especuladores, donde habita el espíritu de Atahualpa, la esencia de su canto.
Y es allí donde Mauricio reconoce las raíces que le hicieron ser como es. Integrado por completo en aquella tierra de hambre y sueños, admitido como uno de los suyos por todos los miembros de la familia Carabajal, no deja de aprender nuevos ritmos y cadencias, nuevas formas de expresar todo lo que siente. Decidido a compartir aquella belleza con el mundo que había dejado atrás decide regresar a esa maravillante España de los 90 en la que todo podía pasar para organizar una gira de conciertos con el viejo sabio…
Con uno de los guiones más espléndidos que se han escrito jamás, Macipe se apoya en ese monstruo interpretativo que es Pepe Lorente para traernos la historia de Mauricio. Cine dentro del cine, cine dentro de la vida, cine, verdadero y reencontrado cine en este mundo en el que los superhéroes nos impiden ver a los verdaderos héroes anónimos que pasan junto a nosotros, esos héroes que renuncian a premios y loas para buscar lo único que de verdad importa: la belleza.