El cáncer diagnosticado a la princesa de Gales ha caído como un jarro de agua fría sobre los seguidores de la prensa rosa por ser demasiado joven, madre de tres pequeños y una chica que, en general, gusta. Para cualquier familia, la noticia es un mazazo monumental, pero el dolor se multiplica cuando su víctima está en la flor de la vida y no ha tenido, por así decirlo, grandes vicios que puedan anticipar el desastre. ¿Quién no cuenta entre sus amistades, vecinos o familia con alguien que ha pasado a engrosar las terribles estadísticas de la enfermedad maldita? Los expertos advierten desde hace tiempo del incremento de incidencia de tumores malignos en población joven y no se explican por qué.
Es imposible saberlo desde la ignorancia y a falta de estudios rigurosos, pero no son pocas las voces que alertan del destructivo estilo de vida que hemos elegido desde el final de la II Guerra Mundial, cuando la clase media alzó el vuelo y la mujer se integró en el mundo laboral de forma masiva. La irrupción de los supermercados, la popularización del automóvil y el sedentarismo creciente nos han convertido en cuerpos y mentes enfermos. La agricultura intensiva, plagada de pesticidas, abonos agresivos y toda clase de sustancias tóxicas, la ganadería y la crianza de pescados en piscifactorías, donde los animales se atiborran de antibióticos y comen mierda, convierten a nuestros alimentos en potenciales venenos. Si le sumamos la contaminación atmosférica, el estrés galopante, los horarios cada vez más alejados de la naturaleza, el acudir a un gimnasio en coche para caminar sobre una cinta, con luz artificial… Parecen todos ellos rasgos del progreso y el bienestar, pero ¿de verdad nos lo creemos?