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Entre otras cosas, la crisis de 2008 supuso un frenazo casi total a la construcción de viviendas y eso significa que prácticamente todos los edificios que habitamos empiezan a hacerse mayores. Añadamos que existen infinidad de casas construidas hace cien años o más y tendremos la tormenta perfecta en cuanto a eficiencia energética. Es algo que al grueso de la población le importa poco, porque acomodar tu hogar a las exigencias europeas supone un enorme trastorno y un gasto notable: aislar paredes y tejados y cambiar ventanas. Y a la larga eliminar sistemas de calefacción y refrigeración basados en combustibles fósiles. Por eso la inmensa mayoría lo vamos dejando para más adelante, cuando tengamos que hacer una reforma integral o quizá nunca en la vida.

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Y seguimos tirando de aire acondicionado, de calefactores y chimeneas para sobrevivir al frío y al calor. Pero, ay, las autoridades comunitarias están muy centradas en este asunto porque dicen que las emisiones de gases de efecto invernadero son alarmantes y, en parte, proceden del ladrillo. Así que firmaron hace cinco años el Pacto Verde Europeo que pretende atajar este problema de forma inminente en dos etapas, una para 2030 y la otra veinte años después. ¿Cómo de vieja será nuestra casa para entonces? Muchos quisiéramos seguir mirando hacia otro lado, como hemos hecho hasta ahora, y ellos lo saben, por lo que han decidido ponernos una pistola en la sien: si en 2030 tu casa no cumple las exigencias medioambientales de la UE no podrás alquilarla ni venderla. Quien tenga planes de seguir usando su piso como vivienda habitual podrá escaparse hasta 2050, pero el resto pasará por el aro. Si además nos fuerzan a comprar un coche eléctrico, estamos apañados.