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Dos de los libros más vendidos desde Gutenberg, «Don Quijote» y la «Biblia» inmensa del rey Jacobo, observan ciertas analogías. El «Eclesiastés» dice que no debe sorprender ver la injusticia porque siempre existirá, que no extrañen las situaciones donde a los pobres se les trata inicuamente. Sucede, apura, cuando a un funcionario importante lo protege otro más sustancial, y cuando otros aún más superiores protegen a los primeros; y falla que la situación persistirá, pues el problema reside en nuestros corazones…

Cuando Sancho es elegido gobernador de Barataria, don Quijote le advierte: «Si tomas por medio a la virtud y te aprecias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen príncipes y señores; porque la sangre se hereda, y la virtud se adquiere, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale» Dicho juicio sugiere que las personas importan, y deben ser reconocidas, no por el color de su sangre, ni aún por los bienes heredados, sino por su esfuerzo, responsabilidad y dedicación. La honestidad, su fruto.

En ambos preludios se alude a lo usual de la corrupción del poderoso; y lo digno de la honradez en la vida... Y que el paciente lector, con tiempo y capacidad de reflexión, ate cabos; sin mermar la opinión del ‘mercadalino’ Luque mitigando vanidades: «Que nadie diga de esta agua no beberé hasta no haber sido ‘probado’ y haber vencido a la tentación».