En el metro, el bus, o simplemente cuando te cruzas con ellos y los escuchas y te cuesta mucho entender lo que dicen. A veces llegas a pensar que deben ser extranjeros, pero no. La realidad es que hablan nuestro mismo idioma, pero a toda velocidad. Sospecho que el origen de todo esto está en esa aplicación que tienen en los móviles que multiplica la velocidad de los mensajes de voz una vez y media y hasta dos. Hoy todo tiene que ir rápido, y esa aplicación se ha impuesto de tal forma que cuando escuchan un mensaje a velocidad normal se les hace eterno. No lo soportan. La velocidad ha arrasado al silencio y el silencio es precisamente lo que resalta el valor de las palabras. Escuchar un audiolibro a esas velocidades se carga la intencionalidad y los matices que tanto cuidado y esmero puso quien los grabó. ¿Qué queda de un poema si le quitas el silencio?
Tribuna
Abismo generacional
29/02/24 4:00
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