En cualquier lugar del mundo los largos paseos, llegada una edad, son saludables. Incluso necesario. Pero en la Rusia del zar Vladimir Putin son tan peligrosos que acaban en misteriosos fallecimientos. Sobre todo si el caminante es un opositor al régimen, como el pobre Alexei Navalni, que vegetaba en una remota prisión de Yamalo-Nenets, en el Ártico, y de la noche a la mañana le dejaron salir para dar un paseo. Intuimos que el político debió comprender al instante que su suerte estaba echada, como le ocurrió antes al exespía Alexander Litvinenko, que en Londres sufrió un repentino empacho de polonio, un material radioactivo del que son muy forofos los agentes del antiguo KGB. El año pasado, sin ir más lejos, Yevgueni Prigozhin fue otro de los rivales de Putin que se esfumó misteriosamente, en un desgraciado «accidente» de aviación.
Paseos rusos
19/02/24 4:00
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