La historia es falsa. Sobre lo que sea. Todo lo que nos llega como crónica de cualquier hecho pasado es, con muy poco margen de error, una patraña. Porque lo que sucede es tan real como quiera que lo sea el que lo cuenta o el que lo explica. Hace unos días, coincidiendo con las celebraciones de Sant Antoni, viví en primera persona una especie de performance muy entretenida para los más pequeños en los que se obviaba muy acertadamente la sangre, la muerte y todo lo que acompañó un conflicto que no se resolvió, desde luego, bailando y cantando canciones.
Lamentablemente no tenemos ninguna forma de corroborar que lo que nos llega es real. Que, por ejemplo, tal personaje tuvo un comportamiento valeroso o fue un cobarde o que lloró «como un niño lo que no supo defender como un hombre». Todo lo que sabemos, todo lo que nos han contado es gracias a que alguien antes lo contó. Así como parece que se las gastaban en esos tiempos, parece poco probable que el cronista o responsable de dejar escrito todo lo que pasaba tuviera el valor necesario para contar la verdad de lo que pasó y no la verdad de lo que interesó que pasase.
No pongo en duda nada en concreto para no ofender a nadie y a la vez dudo de todo en general porque nada me asegura que esto es verdad y aquello no. No sé cuántas veces habrás oído aquello de la historia la cuenta el que gana. Es real, pero la historia también la sufre el que pierde. Pero ahora, además, la historia es del que la cuenta.
Cada vez más nos cuesta preguntarnos si lo que nos explican es cierto y, ya sea por pereza o por falta de interés, tendemos a creernos todo con suma facilidad mientras la mentira va creciendo como una bola de nieve que rueda casi sin que nada la pueda detener. Ni siquiera la verdad.
Porque es más fácil mentir que decir la verdad. La verdad puede ser incómoda mientras que la patraña se puede amoldar con más facilidad y al gusto del consumidor.
Por ejemplo, llamando gente de paz a asesinos, inocentes a ladrones, malversadores y maleantes, gran pacto progresista a un batiburrillo que no sabes ni por donde cogerlo para que nadie se enfade. Y nos da igual, porque tristemente nos importa tan poco la verdad como la mentira. Y así nos va.
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