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La cena de Nochebuena suele ser el momento idóneo para la tormenta familiar perfecta, especialmente cuando se sientan a la mesa especímenes de distinta ideología, no digamos ya si aparece el consabido cuñado machista, racista u homófobo; la fiesta está servida. Es probable que hoy compartan viandas votantes de izquierda y de derecha, incluso de ambos extremos. Y no pasa nada, es lícito que cada cual vote a quien le dé la gana. Lo que no es de recibo es votar a quien pone una bota sobre tu cabeza y presiona para que te hundas en el barro.

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Cualquier persona medianamente inteligente sabe que la derecha, y sobre todo la extrema derecha, gobierna para la clase media alta y para los ultrarricos. De ahí sus rebajas de impuestos a los millonarios, el establecimiento de colegios de lujo segregados y sus promesas de reducir las cotizaciones sociales y otros chollos al empresariado. La clase obrera vivimos en otra dimensión y por eso resulta ridículo apostar por políticos con un discurso que suena a música celestial a quien ingresa cien mil, medio millón o millones de euros al año. Nos guste o no, los de abajo tenemos otros problemas, que están relacionados con un asunto clave: el salario / la pensión. De ahí se descuelgan nuestros motivos de insomnio: cargas familiares, vivienda, deudas, preocupación por el futuro, llegar a fin de mes... Nada de eso está en la mente de los políticos de derechas porque en su universo no hay más obreros que sus propios empleados, a los que intentarán pagar lo mínimo y exigirle el máximo. Tampoco los partidos de izquierda tienen la varita mágica, ya lo hemos comprobado, pero al menos están teóricamente diseñados para luchar por la igualdad y la justicia social. Así que, hala, a discutir.