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Si el PP hubiera querido de verdad que el PSOE no promoviera una ley de amnistía, que dicho de paso no gusta a la mitad del país, si al PP le parece mal los acuerdos con PNV, los independentistas catalanes, los acuerdos con Junts, que particularmente a mí me caen fatal porque me parece un precio excesivo el que está dispuesto a pagar el PSOE con dinero de todos los españoles y adecuando leyes para cubrir necesidades; dicho de otra manera, la factura de la Ley de Amnistía será realmente honorosa, socialmente y políticamente carísima a cambio de una futura legislatura turbulenta. Creo que Sánchez no sabe la legislatura que ha negociado porque ya donde quiera que vaya se encontrará con la descalificación, la protesta, el griterío, el trazo grueso, le silbarán los oídos y tendrá que taparse la nariz ante las tafaradas que le llegarán por unas decisiones que favorecen a quienes hicieron con las leyes de la convivencia «mangas y capirotes». Más de media España cuando ve al «huido» paseándose por Bruselas y acaparando telediarios para su mayor gloria a cambio de unos pocos escaños, a la gente se le revuelve las tripas. ¡Bien! Si todo eso es así, el PP lo ha tenido fácil, más fácil que sacar a la ciudadanía descontenta a la plaza mayor de cada provincia. Cuando le llegó el momento de la votación en el parlamento para la envestidura, lo que tenía que haber hecho era abstenerse y el PSOE no habría pactado con ocho partidos diferentes. ¡Sí, claro! Y luego ¿en las votaciones siguientes durante la legislatura? Pues hacer lo mismo. De todas formas, con la mayoría pactada, con los que ahora le han dado esos escaños para ser investido, el PP tiene todas las votaciones difíciles o imposibles de ganar. Ceder estos escaños al PSOE habría dejado al personal boca baday y de paso habría dado veracidad a lo que ahora absurdamente pide en la calle. Pero para eso hay que tenerlos bien puestos.

Carles Puigdemont tiene como un estigma, la facultad de generar un profundo rechazo en la mayoría de la ciudadanía que le ve porque sabe que lo que hizo es para pagarlo en la cárcel y no con una amnistía. Algunos han empezado a hablar de Puigdemont como si este fuera el faro de occidente y el personaje no es precisamente el dedo de dios. ¡Hombre! Poner escolta a un prófugo de la justicia española acaba con el último resquicio del sentido común.

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SI NOS PARAMOS A PENSAR en qué ha devenido otrora el bipartidismo, que ha sido en la gran cantidad de partidos actuales, algunos de variopinto nombre que se presentan a las legislativas, da hasta hilaridad. Si era verdad que el bipartidismo tenía sus quiebras, esta aglomeración de partidos y partidillos no está por eso mucho mejor pues no son pocos los partidos que saben a priori que las urnas les van a negar «el pan y la sal». Pero a partir del recuento de votos de la noche electoral, probablemente incluso antes se les abrirá un mercadillo como si fuera un maná que les cae del cielo por la compra y venta de escaños adueñándose de la situación la aritmética electoral, iniciándose en puridad el fraude al votante que ve que si él no ha dado su voto a los socialistas, ¿por qué ahora el voto que dio a otro partido sirve precisamente para el PSOE que él no votó para que alcance el poder? ¿Dónde está el respeto a no desvirtuar el sentido político de quien legítimamente había elegido otro partido? Pues yo se lo diré. Ha sido desnaturalizado, desvirtuado, en definitiva usurpado en pos del sentir de otro, quizá incluso de un partido que el votante, el legítimo dueño de ese voto, no votaría jamás.

Hay pactos puntuales, hay pactos para toda la legislatura y hay negociadores expertos en pasar desapercibidos. A Puigdemont, un prófugo de la justicia española, lo ha ido a ver una verdadera romería de negociadores, de «correveidiles». Sabemos ahora que desde agosto pasado ya estaban viéndose, sabiendo el PSOE que le iban a pedir hasta lo que no es suyo. Sabiendo que «si no hay sardina la foca no baila». Y ellos llegaron a Bruselas más que con una sardina, con un besugo del Cantábrico debajo del brazo para ponérselo en la faldriquera al huido, quizá porque la primera de cambio el tal Puigdemont le soltó cuando se despedían: «miren ustedes, si no hay mata no hay patata» y ustedes me entienden… ¿a qué sí? Pero lo más absurdo respecto al huido de Bruselas es que hay quien piensa en ponerle una escolta pagada, claro está, por España. Jamás vi a nadie perseguir a alguien a la vez que le pone escolta.