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Hoy viernes el aspirante a presidente del Gobierno señor Núñez Feijóo dispondrá de una segunda oportunidad de ser votado en el Congreso, pero según especificó nuestra pulcra Francina Armengol al cierre de la última sesión del miércoles, no antes de las 13.22. Lo digo por si alguien todavía está interesado en el desenlace del ritual de investidura, y cree, como esos españoles que según dicen no se rinden jamás, que hasta el rabo todo es toro. Porque aún queda el rabo, pero eso sí, no antes de las 13.22.

¿Y a qué viene tamaña precisión? Bueno, a que la Constitución exige que pasen 48 horas desde una primera votación fallida antes de intentarlo otra vez, porque al parecer ese es el tiempo que constitucionalmente se necesita para cambiar de opinión (puede ser más, no menos), y Francina consultó el reloj en el momento exacto. Las 13.22. Me chifla la precisión, sobre todo en la literatura, aunque por supuesto se trate de una precisión totalmente arbitraria. En la vida, y en la democracia, la precisión suele ser imposible, y hasta contraproducente, por lo que es fundamental conseguir que al menos los rituales sean muy precisos. Meticulosos, prolijos, constitucionales. Eso comunica una sensación de orden y control, así como la serenidad de espíritu que experimentamos cuando todo está previsto y sujeto a normas, horarios y patrones. Con la exigente precisión de sus ceremoniales lleva la Iglesia sobreviviendo dos mil años, conque fíjense si la cosa es importante.

Las formas lo son todo, aunque los diputados rara vez las guarden, y la democracia requiere unas especificaciones muy precisas, aunque naturalmente arbitrarias. Cambiar de opinión en menos de 48 horas, cosa muy normal en la política y en la vida, es una frivolidad o un abuso; minutos después, ya puede ser rigor intelectual. Qué bien nos iría en nuestros asuntos personales si todo estuviese tan claro y pautado. El Congreso puede investir hoy a Feijóo, pero nunca antes de las 13.22. Cuando digo que me encanta la precisión, incluso en literatura, me refiero a toda precisión, aunque sea inútil, irrelevante o sólo decorativa. Precisamente la decorativa es la que más me gusta. Gracias a ella redacto este párrafo.