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Se van atenuando los ecos de la última (?) jornada electoral, aunque persisten, indisimulables, las rabietas de quienes venciendo perdieron y la euforia más contenida de quienes perdiendo, ganaron. Incluso el presidente del Gobierno en funciones se va unos días de vacaciones a Marruecos con su familia mientras la prensa conservadora monta en cólera (¡Provocación!, brama el siempre constructivo diario «El Mundo»). Ciertamente el panorama que nos han dejado las urnas es endiablado y, para encararlo, se necesita descanso previo, discreción, paciencia, y conciencia clara de lo que significa el verbo inglés to compromise, fundamentalmente estar dispuesto a ceder, que nada tiene que ver con claudicar.

Mientras tanto prosigue, con nuestras glándulas sudoríparas desatadas, el segundo verano postcovid con unas temperaturas africanas que todo hace pensar han venido para quedarse e intentar meternos en la cocorota que lo del cambio climático va en serio, tanto que amenaza la vida en el planeta, y que se trata de un asunto capital en el que la humanidad entera tiene que comprometerse (to compromise de nuevo). No hace falta estar muy concienciado para preocuparse por ese Mediterráneo en llamas que tenemos ahí llamando a la puerta. Ahora mismo escribo bajo el ullastre y no puedo dejar de pensar si la Isla está preparada para enfrentarse a circunstancias tan pavorosas como las de las islas griegas.

Por lo demás, en nuestras prospecciones portuarias vespertinas captamos visiones contradictorias sobre el grado de ocupación de la isla, como certifica hoy «Es Diari» dándonos cuenta de embotellamientos y pérdidas de reservas en restaurantes de Cala Galdana por falta de plazas de aparcamiento. No me quiero ni imaginar en semejante situación, tengo buen carácter excepto si estoy cansado y / o hambriento, estado en el que soy capaz de morder a un prójimo plasta o incluso besar el escudo del Real Madrid si con ello logro hacerme con una mesa.

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2 Hasta ahora uno ha toreado estas situaciones con estrategias de supervivencia como reservar mesa a la una del mediodía o a las ocho de la tarde (recuerdo a un viejo amigo, ya desaparecido, que se negaba a cenar con gafas de sol), o yendo a nadar a las nueve de la mañana. El asunto es que no llego a saber si en la Isla hay menos o más gente que la temporada pasada ya que por su parte, los restauradores tienden a la queja mientras las langostas saltan de mesa en mesa con su huevo frito a cuestas (¡qué falta de respeto al mítico crustáceo!), pero los simples aspirantes a darse un chapuzón se deprimen con lo del aparcamiento, una constante en las quejas: hay demasiados coches y, quien más quien menos sueña con un otoño bonancible que nos devuelva las calas y playas.

De todas formas, en Ses anelles de Alcaufar, lugar de peregrinaje de viejas glorias no se habla de elecciones sino de lesiones. Quien más quien menos cuenta su odisea médica o muestra sus costurones quirúrgicos y renquea a la hora de meterse y salir del agua: pasos cautelosos sobre el suelo rocoso con espículas y cuando llegas a la escalerilla (nada de inmersiones tipo Johnny Weissmüller al rescate de Jane y la mona Chita) te hacen saber, desde alguno de los innumerables barquitos fondeados en zona tradicionalmente de baño (atención, gobernantes lluïsers, protejan a los nadadores de toda la vida ), que la cala está infestada de medusas. Fin de la odisea.

Y nos queda la aventura de los festivales (¿ceno o no ceno antes? ¿tomo un bocata?), exposiciones pictóricas, foros, puestas de sol únicas, y la ristra de fiestas populares con la peculiaridad este año de poder leer algunos programas directamente en «lengua menorquina», que es lo mismo que la catalana, pero escrita con faltas de ortografía. Por el momento no se tienen noticias de cancelaciones (censura) de obras artísticas, pero todo se andará si van instalando las tesis del panaldeanismo emergente.