En mi anterior artículo sostuve que habríamos de decidir entre chocolate con sabor a caca o caca con sabor a chocolate. Me temo que olvidé mencionar una posibilidad alternativa con mayor probabilidad de ser la elegida por el respetable: la caca con sabor a caca (el chocolate con sabor a chocolate lo degustaremos al parecer en el otro barrio, lugar idílico que nos acogerá tras palmarla, siempre que no la hayamos cagado gravemente en este valle de lágrimas donde la tentación es grande y la oportunidad ancha)
Ya advertía estas semanas pasadas a mis amigos rojetes (que son muchos oiga), que no debían preocuparse tanto por el resultado electoral. Les decía que Sánchez es una anguila y que competía contra tíos lo suficientemente romos como para resultar inofensivos.
Como soy demócrata acepto deportivamente la decisión de las urnas. Añado un comentario personal.
El otro día escuché a mi hermano preguntarse, hablando con un amigo común, si no sería yo de derechas. Pues no hermano, no soy de derechas (ni mucho menos de izquierdas, como diría Dalí). Me sucede que concibo la socialdemocracia como una ideología razonable, que bien implementada puede dar solución a muchos problemas de la sociedad (el mercado, en cambio, dejado a su libre albedrío puede generar y genera -opino- mucha injusticia). Me sucede también que no considero a Sánchez como un defensor de los principios de la socialdemocracia sino como un trepa bien dotado, cargado de energía y con tanto peligro como un mono con una catana.
Mi reproche en la anterior legislatura (engañó a sus votantes sobre los pactos) no es aplicable en esta ocasión (ahora sus fieles ya sabían con quién pactaría y han votado con ese dato en la mano).
Mi problema con Sánchez sigue no obstante vigente. Me explico.
Imaginemos que un gobernante pacta (para evitar nuevas elecciones o por cualquier otro motivo) con un hipotético partido pederasta. Luego paga el precio negociado previamente para ser investido (facilidades de orden penitenciario, modificaciones legales que favorezcan al colectivo en cuestión o lo que sea). Me parecería mal rollo.
Ahora bien, tampoco apruebo (y me sorprende que lo haga tanta gente, incluida gente de bien) que si cambias «pederastia» por «tiro en la nuca por motivos ideológicos», la cosa se vuelva entonces plausible y blanqueable.
En otro orden de cosas, entono un mea culpa. Acusé injustamente a la ministra Ribera de acudir en jet a una cumbre. En mi defensa diré que supe de mi error poco después de enviar el artículo al diario (!siempre hay que verificar las noticias dos veces, y soy el primero en defender esta máxima!) Añadiré que mandé rectificación y que ésta no llegó a tiempo. Concluiré que la cagué. Perdón ministra.
No obstante me ratifico en que lo de la bici fue un paripé. Demasiado paripé hay en nuestra clase política. Y lo malo es que si se practica con tanta naturalidad es porque funciona. Pobre país de feligreses que tragan sin masticar.
Hay una pregunta interesante que hago a veces a amigos del entorno podemita (que, repito, son muchos, y -añado- buena gente): ¿Vives mejor que hace diez años? La mayoría tiene que pensarlo para responder. Sin embargo si hiciera esa pregunta a quienes pasaron de vivir en Vallecas a hacerlo en Galapagar, no necesitarían ni un segundo de reflexión.
Y esto no es aplicable sólo a la pareja asaltadora de cielos, se produce en todos los partidos. Los abonados a los ochenta mil pavos (más prebendas) viven bien a cambio de hablar mucho y hacer el paripé. Los contribuyentes vivimos como podemos a cambio de currar lo nuestro y sufragar lo suyo. Y esto no es lo peor. Lo peor es que siguen siendo los paganinis quienes defienden a capa y espada a sus parásitos de culto y se tragan sin rechistar los discursos propios de Barrio Sésamo con que nos deleitan (a veces plancha en mano) los más amados de nuestros líderes.
Mi sueño sería ver una ciudadanía que exija una democracia verdadera (no una partitocracia) en vez de defender con sus votos y su entusiasmo las tomaduras de pelo de sus idolatrados vendedores de humo y crecepelo.