Mitin viene del inglés y glamur del francés. Hablamos idiomas sin saberlo. Un mitin es una reunión donde el público, generalmente afín, escucha los discursos de algún personaje de relevancia política. Casi siempre acuden los adeptos, los convencidos, los militantes y algunos curiosos que no tienen otra cosa que hacer. Se puede presentar al candidato, explicar el programa, pedir el voto o poner verde al adversario… los aplausos ayudan a levantar la moral y a crear buen ambiente, sobre todo si se emite por la tele algún fragmento.
En un mitin, abundan las promesas de todo tipo, los eslóganes, los ataques furibundos. Otra palabrita tomada del francés es claque, que es «un grupo de personas a las que se paga para aplaudir en un espectáculo» y, por extensión, «grupo de personas que aplauden o animan a alguien incondicionalmente». Ahora parece que se va a hacer lo que no se ha hecho en cuatro años y se anuncian maravillas. La ilusión le puede a la memoria y la gente necesita creer en algo. Sobre todo si lo dicen los suyos, por absurdo o improbable que sea. En esto se parecen a los antiguos enamorados, que se prometían la luna. Todo por el voto. Hay mítines para todos los gustos. Los líderes quedan agotados con la gira o tour (en francés) que les organizan sus jefes de campaña.
Cuando se acaban los mítines, tenemos la jornada de reflexión (¿con una jornada basta?). Si no te gusta lo que has votado, haber reflexionado más.