Son muchas las decisiones políticas que inciden en la vida de la personas y, por tanto, habría que tomárselas en serio, aunque cueste y cada día aparecen motivos para lo contrario y sean más los que se alejan no ya del seguimiento de esas decisiones sino del origen mismo, de la participación, por más que esta se ciña al voto cuando nos convocan.
Prueba de ese hastío, provocado en buena parte por la corrupción galopante nació Podemos y un día apareció por Ciutadella un concejal la grito de garnarem. Y, efectivamente, barrió para su casa como Podemos ha barrido para la suya, la corrupción no fue más que un pretexto para llegar en ambos casos al poder.
Sobre ese fundamento se echó al gobierno de Rajoy, quemaba entonces la trama Gürtel y despuntaba el caso socialista de los ERE, pero como dijo el profeta de los morados eso era cosa del pasado y el reto era el futuro.
No advirtió que las cenizas conservan la simiente, que ahora ha florecido con hechuras del Tito Berni. Por dignidad, ese estado de honestidad personal que a todos nos pone a prueba alguna vez, deberían haber roto vínculos y poner cortafuegos contra la corrupción. Pero no vinieron a arreglar la devastación política sino a rellenar sus cuentas bancarias. De modo que no se irán hasta que los echen los mismos que un día les trajeron, «yo les voté, lo pintaban tan bien...», me decía el otro día una treintañera, «si llego a saberlo...» Ya lo sabe.
Para rematar la escena, la semana que viene se representa una astracanada, la moción de Vox con Ramón Tamames, un respetabílisimo anciano que fue referencia para los muchos estudiantes que leímos alguno de sus libros y digna imagen de aquel eurocomunismo de la Transición. Él es la alternativa a Pedro Sánchez en el teatrillo que vivirá el Congreso a partir del martes. El ateo tenía razón cuando dijo «me gustaría creer, pero...».