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Leyendo el excelente trabajo periodístico coordinado por Juan Carlos Ortego, «Anuario 2022. El año récord», me enfrasco de lleno en el recuerdo de lo que ha pasado y lo refresco. El pasado hay que dejarlo atrás pero no hasta el punto de ignorarlo por completo. Igual que tenemos todo el futuro por delante y es preciso llegar hasta él como sea. Venimos de un año de récords.

No sé si seguiremos batiéndolos o pulverizándolos, porque el crecimiento ilimitado es insostenible. O eso sostiene el GOB junto a muchas voces autorizadas. A mí me gustaría ser una voz autorizada para todos los públicos, pero sería muy pretencioso por mi parte. Y, por otra parte, pienso como Óscar Wilde que «no soy tan joven como para saberlo todo».

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Voy con mi ignorancia a cuestas e ignoro qué relación puede haber entre los diferentes récords. ¿Qué tiene que ver el récord en jets privados que nos visitan con la presión humana o el empleo, o los precios con las lluvias torrenciales, o la temperatura récord con el número de hipotecas? Así que cada loco con su récord.

Como cada año nuevo, 2023 aún no ha tenido tiempo de batir nada. No han pasado demasiadas cosas, ni buenas ni malas. Veremos qué nos deparará el Anuario 2023 en cada uno de sus apartados.

Una de tantas elecciones que nos esperan, importantísima para mi gusto, será escoger entre humor del bueno o quedarnos con el mal humor reinante, ese que nunca trae nada bueno. Procuremos escoger bien.