Los domingos son menos domingo desde que no está Javier Marías. Aquella ilusión por ir a comprar «El País Semanal» y abrirlo por su última página, donde el escritor madrileño (y madridista, ¡ay!) despotricaba, irritado, contra las incesantes demostraciones de la estupidez humana. Ahora mismo pergeñaría algún comentario mordaz sobre la ola de asuntos entrañables que nos caen encima estos días…
Escribe Elvira Lindo, otra articulista con estilo propio, que respiraba hondo antes de leer el último exabrupto de Marías, la indignación contra alguien, la burla airada contra los que llevaban sombrero o contra los que vestían pantalón corto, contra un señor que tenía dos perros o contra las escritoras que reclamaban atención cuando siempre la habían tenido o contra el sempiterno victimismo culé…
Cuánto echamos de menos a Marías los que no entendemos (y nos irritan, aunque en la intimidad) a los que se tatúan hasta las cejas, ni a los que se depilan pecho y piernas, ni a esos jugadores que rematan de cabeza e inmediatamente se recolocan sus inefables peinados, conscientes de la presencia de las cámaras. Y qué decir de esos pantalones vaqueros agujereados y deshilachados, esos peinados de colorines, los bailecitos post-gol, la orgía de selfies, o de ese ubicuo google que cada mes me manda al móvil, sin que yo se lo haya pedido, el rastreo de mi paso por este valle de cariños navideños. Ah, ¿y cómo soportar esas escenas cinematográficas en que el protagonista se lava los dientes, habla con la boca llena de dentífrico y hace gárgaras? ¿También esto es entrañable?
15-XII-22, jueves
Se va acabando el año I de la guerra de Ucrania, sucesor de los de la pandemia, el enésimo del desastre climático, y es obvio que el balance no es bueno, aunque en el plano local haya sido un año fértil para nuestra principal fuente de ingresos, el turismo, no tanto en recuperar algo de lo que era Menorca como polo industrial, tal y como nos recordaba Jaume Verdaguer en estas páginas hace un par de semanas.
Y las perspectivas no son buenas porque nos asaltan varios y variados temores a la hora de encarar el nuevo año, como la cronificación de la guerra con su latente peligro nuclear, el posible rebrote de la pandemia, o ese tsunami ultraconservador (anarquismo de derechas o trumpismo, serían denominaciones más clarificadoras, menos eufemísticas), que no solo no cesa, sino que contagia a Europa, tal como se acaba de comprobar nada menos que en Alemania, donde los ultras pretendían, entre otras cosas, asaltar el parlamento germano al más puro estilo trumpista. En fin, cuando las barbas de tu vecino, etcétera.
16-XII-22, viernes
Me siento ante mi escritorio para intentar racionalizar lo que veo y escucho alrededor de la refriega político-judicial desatada en España con motivo del injustificable bloqueo de los órganos jurisdiccionales por parte de la derecha política y judicial, y los torpes intentos de sortearlo por parte del Gobierno mediante atajos de dudosa legitimidad. Entre todos nos han llevado al esperpento actual y lo que es más relevante (y preocupante), a una crisis institucional de incalculables consecuencias.
Desencanto, tristeza infinita. No es esto, no es esto, clamaba Ortega y Gasset. Pues en esas estamos otra vez.
21-XII-22, miércoles
Repaso este último escrito del año y veo que no me queda nada entrañable para las fechas. Y como lo que menos me apetece es parecer un cenizo como Casandra y sus predicciones apocalípticas, me sacudo el pajarraco negro que anida en mi calva desde una pandemia que me hizo más poruc que nunca, y me lanzo en busca de horizontes más gratos sin necesidad de entregarme a la película '¡Qué bello es vivir!', que también puede ir bien como coadyuvante…
Por ejemplo, la llegada este año de Júlia, mi segunda nieta, a la que le canto Rosereta cuando hay que dormir y la del tirurit cuac cuac cuac, para armar bulla. Ella nos ha insuflado un soplo de vida post pandémico. También la novela, mi última y definitiva novela (tal y como reza su título, «No creo que vuelva»), que me ha dado la enorme satisfacción de reencontrarme con mis muchos amigos zaragozanos en una presentación multitudinaria a orillas del Ebro, auténtico festival de afectos hibernados, que quedará grabado indeleblemente en mi corazón. Fueron unos días maravillosos en mi segunda patria chica, aquella en que el niño menorquín, acogido por buenas gentes aragonesas, se había hecho adulto zaragozano (con zaragozana incorporada).
21-XII-22, miércoles
Escucho por la radio el aquelarre político-jurídico y me siento como Obélix cuando se ve obligado a pensar en exceso y le sale humo por nariz y orejas. Intento comprender algo desde mi ignorancia jurídica pero el humo ciega mis ojos como en la canción de los Platters. Me remito a la entrada del viernes 16 y, me voy al cole a buscar a Inés.
Bon Nadal a tothom