Imagínate lector, a ti mismo, volando por las cuestiones que sean en un vuelo entre Menorca y Madrid, por ejemplo, tan tranquilamente y pensando en la gran multitud de cosas que puedes hacer en la capital de España. Estás pensando, quizás, que es una buena ocasión para disfrutar del musical «El Rey León», por decir algo, cuando de repente el capitán de la nave interrumpe la plácida travesía para comunicar algo así: «Señores pasajeros, debemos abortar nuestro viaje porque acaban de avisarnos de que un cohete espacial chino ha perdido el control y puede que se estampe en alguna parte de nuestro recorrido». Claro, el canguelo es grande.
Algo así ha pasado este viernes cuando se han disparado las alarmas espaciales y especiales por culpa de chatarra china del espacio que iba a caer no se sabe ni muy bien dónde ni muy bien cuándo. Estés en un avión encerrado o en tu huerto cuidando de los calçots, te inquieta pensar que existe una posibilidad, aunque sea remota, de que te caiga un aparato de 20 toneladas del cielo encima. Tanto por el dolor de cabeza que te puede provocar como el cabreo que supone que te chafe los calçots.
Parece mentira que uno no pueda estar ya no tranquilo en su trocito de tierra, cultivando sus movidas para intentar subsistir sin molestar a nadie y que de repente le suelten un mensaje como este. Insisto, las posibilidades de que te caiga encima son millonésimamente mínimas, pero, ¿y si pasa?
Tenemos a la mitad del planeta encabronado luchando contra el cambio climático, el exceso de basura y el despilfarro de recursos, mientras a la otra mitad se la trae al pairo. Y luego están los chinos a los que se la sopla por igual contaminar la tierra, el aire, el mar o el espacio. Y el planeta, con tal de que no se enfaden y la vayan a liar -más todavía- no les dicen nada e incluso les ríen las gracias. «Qué poco ha faltado, ¿eh señor Chim Pum?».
No hay que exagerar, pensarás, ¿a quién no se le descontrola un cacharro de 20 toneladas y cae, como cuando te cae un vaso, inesperadamente? Pues se compra otro, y punto.
Bromas aparte, a mí me deja bastante intranquilo el hecho de que este viernes la tranquilidad propia del último día laborable de la semana se haya visto interrumpida por algo que, hasta hace poco, solamente te lo podías imaginar como argumento de una película. Ahora resulta que es factible, que puede pasar y que incluso hasta llegará a ser normal. Y nadie se indigna.
Verás qué disgusto espacial como la próxima vez caiga en mitad de la Plaça Catalunya. O encima de mis calçots. El que avisa…
dgelabertpetrus@gmail.com