El embarazo y el parto simbolizan la esperanza, algo nuevo va a nacer. Pero en España, los políticos se ponen a parir unos a otros, como se ha visto en el debate del Estado de la Nación. Desde el puñado de balas de Rufián, haciendo deshonor a su nombre, a los muertos sobre la mesa en la ley de Memoria Histórica o la resurrección de ETA. Una pena de embarazo político, que pronostica un parto traumático en lugar de terapéutico.
Ha sido un debate en clave electoral. El Gobierno llegaba deprimido, por las malas perspectivas en las encuestas, ganadas a pulso, por la enésima división entre los socios de gobierno. Existía el riesgo que el debate ensanchara la herida, pero con una estética de «giro a la izquierda», Pedro Sánchez ha conseguido transmitir una imagen de recuperación. Lo ha hecho sobre todo con el anuncio de los impuestos temporales a las grandes empresas de energía y a la banca, lo que ha descolocado a la oposición del PP. Aquí todo se mide en clave izquierda-derecha. Gravar los beneficios extraordinarios de los grandes operadores de la energía, hoy, no tiene ideología. Es una medida necesaria impulsada en Italia por Draghi, que tiene poco de «rojo», y planteada en muchos países, como Bélgica donde gobierna un partido parecido a Ciudadanos.
Posiblemente, los partidos saben que los ciudadanos votarán en las próximas elecciones con la cartera y no con el corazón. La caída de la bolsa después de los anuncios de Sánchez no tiene por qué ser una una mala noticia. Sin embargo, los malos pronósticos de la economía, con una inflación descontrolada, soplan a favor de un cambio de gobierno.
En este país es casi imposible un gobierno de mayoría absoluta. Para quedarse embarazado (gobernar) deben ser al menos dos. El problema es que los dos novios principales (PSOE y PP) buscan parejas en los extremos. Son las que más bailan. Al final tendran gemelos, para que cada uno se quede con lo suyo. Y los ciudadanos, como siempre, nos pondremos a parir.