Como quien saca un conejo de la chistera, Putin ha sacado una guerra en Europa entre Rusia y Ucrania, que está expandiendo por el mundo sus consecuencias desastrosas. Ya lo decían los hippies, hay que hacer el amor y no la guerra. Ciertamente, la guerra no es como el amor que le importa solo a dos, las guerras actuales nos las pasan día a día por todo tipo de prensa, pero sobre todo por televisión, donde las imágenes son tan reales que no parecen para nada virtuales. La televisión está endureciendo el alma del telespectador, a fuerza de ver la muerte que acaba de pasar por delante de la puerta de nuestra casa o por el patio trasero de una mujer que tiene un gato asustado en brazos, a su marido y a su hermano muertos en el suelo con la espalda cosida de metralla, sin una manta piadosa que haga de sudario para tapar momentáneamente el duro testimonio de la tragedia de una guerra más, tan inútil y tan horrible como todas las guerras.
Ira Gavriluk con su gato en brazos y su marido y su hermano tirados en el suelo. Los ha matado la incomprensión, la ira, el odio con el que se desayunan algunos poderosos, que creen que han venido al mundo para superar al caballo de Atila.
Es como para no creérselo, pero resulta que tenemos la capacidad de hacer una guerra con sentido común, una guerra respetando la ley, porque deben saber ustedes que la guerra tiene también sus reglas escritas en el Derecho Internacional Humanitario, que describe los crímenes de guerra. Aunque, a mi modo de ver, dicha ley o derecho no nace con una barra de pan debajo del brazo. Fíjense en el siguiente detalle: si un vecino por quíteme aquí unas pajas, se le calienta la olla y mata a quien fue su compadre, todo el mundo y sobre todo la ley, le tachará de asesino despiadado, falto de escrúpulos, una alimaña sin corazón al que hay que dar caza como sea. Sin embargo, si el mismo individuo, pongo por caso, tirotea con su kalashnikov a 20 ucranianos de la ciudad de Bucha y los mata, será tenido en su entorno por un héroe, digno de llevar al pecho las más absurdas condecoraciones, que de tanto en tanto, los humanos concedemos.
Para que nos enteremos correctamente de lo que significa en tiempos de guerra Derecho Internacional Humanitario, me quedaba por añadir que en puridad lo que significa es que hemos sido capaces de legislar lo que se puede hacer y lo que no en un conflicto armado. Todo eso viene recogido en los Convenios de Ginebra de 1949 y sus Protocolos adicionales de 1977. Sus violaciones conllevan de inmediato la búsqueda y el enjuiciamiento de los autores. El Tribunal Penal Internacional (TPI) es la única instancia, además permanente, para juzgar los crímenes de guerra contra la humanidad. Pero ¿qué es un crimen de guerra? Pues así a bote pronto, se me ocurre la tortura, el homicidio internacional, el trato inhumano, practicar experimentos biológicos, mutilaciones, las violaciones, sobre todo con menores, ataques contra la población civil, etc. Hechos que podría completar un jurista que haya sobrevivido a los aledaños de una maldita guerra o que haya entretenido parte de su tiempo estudiando este apartado común en todas las guerras. Con todo, me pregunto al final de mi artículo qué opinión tendrá de ese Derecho Internacional la señora Ira Gavriluk, cuya fotografía en el patio trasero de su casa, con un gato en brazos y en el suelo su marido y su hermano muertos, ha recorrido el mundo como testimonio gráfico de los desastres de una guerra.
¿Cómo le queda a una sociedad que se llama civilizada, cuerpo para legislar lo que se puede y lo que no se puede hacer en una guerra? ¿Es que hay leyes para locos? Lo dejo aquí para no meterme en su charco.