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Cuando uno se adentra en la década de los setenta deja de pensar en proyectos personales, más allá de dar continuidad (o tratar de rectificar) a lo hecho y dar gracias a la naturaleza o a Dios o a ambos por haberte permitido llegar a la edad de los balances en razonable estado de salud y sin demasiados estropicios laborales, familiares o sociales. Es la edad en que los afanes se dedican a facilitar la vida de los hijos y en mayor parte a los nietos, al fin y al cabo, los hijos ya transitan sus propios caminos.

Ocurre que hoy día los nietos ya saben latín, sobre todo Inés, a quien le encanta que le enseñe latinajos como el vini, vidi, vinci, alea jacta est y alguno más complejo como sine amicitia vita nullam esse, que viene a decir que la vida sin amistad no vale un pimiento, y me viene a la cabeza mientras chapoteo en el fangal Putin pensando cómo explicárselo a la nieta, quien cerca de los doce años empieza a hacerse y hacerme preguntas comprometidas cuando voy a buscarla al cole. Así, hace unos días entablamos una conversación muy delicada sobre teorías queer sobre sexo y género de las que salí como pude y con la firme determinación de documentarme, como estoy haciendo ya con un libro que me parece adecuado («Nadie nace en un cuerpo equivocado») y sobre el que volveré a medida que lo vaya digiriendo, porque ahora lo que realmente nos preocupa a todos es la guerra de Ucrania o de Putin, para ser más exactos.

¿Cómo explicarle a una niña que aún no ha cumplido los doce años la sinrazón de la guerra? ¿Cómo hablarle de alianzas militares, tableros geopolíticos, valores patrióticos o agravios ancestrales en un mundo intercomunicado, con impresionantes adelantos tecnocientíficos y con experiencia suficiente en atrocidades como para salir de estampida ante cualquier escarceo? La niña está preocupada por lo que oye de la guerra, como muchas de sus compañeras, y pienso que los adultos no tenemos derecho a amargarles la infancia, bastante tienen con la persistente mascarilla y el miedo inherente al virus, pero ¿cómo enfocar el disparate de la guerra a una niña a la que le llegan flashes de la bestialidad humana? ¿Venderle un falso optimismo como se hace con los desahuciados ¿Bendecir un pacifismo de pancarta y pandereta? ¿Limitar todas las explicaciones a la cada vez más evidente psicopatía del líder ruso?

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Tampoco puedo endosarle el ramillete de opiniones mucho más preparadas que la mía, que florecen en los medios de comunicación porque no las entendería (¿o sí?, ya he escrito que hoy día saben latín).  Lo que sí puedo hacer es seleccionar argumentos y tratar de confeccionar un relato coherente, razonablemente comprensible y lo menos deprimente que pueda.  Veamos: han pasado ya varios días del comienzo de la invasión y mi impresión es que no le va al sátrapa Putin como había planeado. Confiado en la secular inoperancia europea esperaba una guerra relámpago, ocupar Ucrania al estilo israelí en la guerra de los seis días o al de los norteamericanos en Iraq, amedrentar a ucranianos y europeos en general, imponer sus condiciones, pero no le está saliendo demasiado bien y está confirmando ante el mundo su leyenda como «mentalidad autoritaria», eufemismo de dictador.

Por cierto, habría que explicarle esto último, lo de la «mentalidad autoritaria», personas, gentes a quienes incomoda la democracia participativa al uso, la consideran un engorro y gustan de tirar por el camino de en medio, «sin complejos», suelen decir campanudamente. Creo que lo entendería, porque Putin lo es y el problema es que tiene muchos correligionarios en el mundo, ¿te acuerdas de aquel señor de tez anaranjada y flequillo imposible que vociferaba en twiter? Pues también es de esos, aunque a pequeña escala. No propició guerras, pero sí un esperpéntico y cruento asalto al Congreso porque no le gustó el resultado de las elecciones. Son ególatras imbuidos de delirios de presuntas grandezas pasadas, sea  «la gran Rusia», el make America great again o el espíritu de Don Pelayo y Covadonga…

En fin, Inés, tu avi también está preocupado. El mundo no va bien, rodeados como estamos de personajes autoritarios, narcisistas (ya te expliqué lo del estanque de Narciso) y muy a menudo psicópatas, condición que explica algunas cosas, pero no todas. Quizá otro día, cuando lo comprenda mejor, hablamos de nuevo.