Mira si es engreído y resabido el ser humano que se cree con razón y con derecho a decir si una persona es capaz o no, o si tiene capacidad o discapacidad. Está claro que no le puedes pedir a alguien que no tiene piernas que rompa el récord del mundo de los 100 metros lisos, pero no por ello le tienes que impedir que intente correr, o que quiera correr, o que lleve a cabo lo que más se parezca correr y le haga sentir feliz, o realizado.
Uno de los riesgos que corre la humanidad es, precisamente, la deshumanidad. La habilidad, permíteme el tono irónico, que hemos desarrollado para decidir cosas por otros sin tener en cuenta sus sentimientos, sus habilidades o su capacidad de superación, de lucha, de constancia. Puede que una persona ciega no pueda ver, pero estoy seguro de que si se lo propone percibirá muchas más cosas que a otros que incluso viendo se les escapa a la vista.
Que no escuches una cosa no quiere decir que no la sientas. Que tengas un cromosoma de más o un cromosoma de menos no te convierte en un ser humano mejor o peor, sino que lo hace tu falta de empatía, tu falta de bondad o tu falta de sinceridad. O tu habilidad para ponerte en la piel del otro, ser bueno o anteponer la veracidad en tus actos y tus palabras. Por poner algunas similitudes.
¿Quién es capaz y quién es incapaz? O, visto de otro modo, ¿quién tiene más mérito y quién menos? Por ejemplo, yo tenía todo lo necesario para ser futbolista profesional, astronauta o el mejor periodista del planeta, salvo la motivación necesaria para llevar a cabo todos los sacrificios que conllevaban para lograrlo. A otras personas, en cambio, les sobra la actitud, la aptitud y las ganas de lograr lo que se proponga, pero hay algún impedimento que los frenan.
En una sociedad donde nos empeñamos en señalar con lástima a aquellos que nos parecen discapacitados, convendría replantearnos el concepto porque quizás castigamos más a quién no puede correr, a quien no puede sumar o a quien no puede escuchar que aquellos que no quieren correr, el que no quiere aprender a sumar o el que prefiere no escuchar.
Si en lugar de focalizarnos en las cosas malas buscásemos destacar las cosas buenas nos daríamos cuenta de que las capacidades ganan por goleada a las discapacidades.