No recuerdo quien fue que acertó a decir que la verdad es a veces tan importante que pueda ir custodiada de una corte de mentiras. Saber mentir tiene mucho de arte por más que haya verdaderos virtuosos que practican con asiduidad. Ya digo, hay profesionales de la trola, que incluso disfrutan montando una elucubrada mentira. Aunque eso sí, mentir no es industria para desmemoriados, una persona cuya memoria sea débil no debe ir por ahí mintiendo, porque le pasará lo mismo que el que teniendo párkinson se pusiera a robar cencerros. Al mentiroso desmemoriado le pillaran en un renuncio más pronto que tarde.
Hay oficios donde debería de estar no prohibido si no penado el mentir, pongo por caso a un ministro dado al vicio de mentir, pronto pondrá a mal poner a todo el ejecutivo. Conviene no olvidar aquella filosofía urbana que avisa que antes se pilla a un mentiroso que a un cojo. También es curioso tener que aceptar que hay verdades que siempre parecen mentira, aunque lo peor entre lo peor, son esas mentiras que ganan juicios, porque una mentira también puede consistir en callar lo que se sabe, y como además en defensa propia parece que está aceptada la mentira, no me extraña que tengamos expertos en navegar por entre los abrollos de una declaración procesal a todas luces inculpatoria.
La mentira no tiene edad, ni sexo, ni clase social… si alguien dijera: «Quien nunca haya dicho una mentira que tire la primera piedra», pocas pedradas habría, casi me atrevo a decir que no llegaría a inaugurarse el marcador de chichones.