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A mí, la Navidad, no me vuelve a pillar desprevenido. Este año me he esmerado más que nunca en que los tradicionales quilos que cogemos durante estas fiestas apenas se me noten. De verdad, amigo lector, llevo unos meses trabajando muy duro para que los empachos, las comilonas, los bebercios y los puñeteros bombones de chocolate y coco no me destrocen la figura y me provoque, para el arranque de año nuevo, una psicótica necesidad de empezar dieta.

¿Cómo lo he hecho? La verdad es que no hay mucho secreto. Se necesita trabajo, constancia, sacrificio, entrega, dedicación… No existe ningún producto milagro ni nada por el estilo que evite ponernos un poco fondones entre la víspera de Santa Claus y la marcha de Sus Majestades. Por eso, y visto lo visto en las anteriores fiestas, me marqué muy a rajatabla una rutina para que esos quilos de más no lo fueran tanto.

¿Te cuento mi secreto? Un mes antes de Navidad, cébate. Come como si no hubiera un mañana. Ponte hasta las botas de todo lo que puedas y, luego, hasta las orejas. Zampa con obsesión, nocturnidad y alevosía. Coge tu comida favorita, rellénala de tu segundo plato preferido y acompáñalo con una guarnición de tu tercer alimento predilecto. Y de eso, tantos platos como aguantes. Pica entre horas sin ton, ni son, ni pon, ni don. Busca tu límite y, si puedes, rebásalo. Recuerda, eres invencible. O ‘invencibla'.

Si te comes todo lo que te apetece con un mes de adelanto, cuando llegue la Navidad todos los quilos que sumes apenas se te notarán porque ya vendrás con el flotador, el airbag y el cinturón, de serie. Y te dará igual, te importará un pepino, dos pepinos, tres pepinos. Incluso te comerás esos pepinos. Y te quedarás tan a gusto.

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Si te centras en disfrutar de la Navidad quizás te darás cuenta de lo especial que es esta época, la que cada vez desvaloramos más, nos importa menos. Leyendas de invasores rojiblancos nocturnos al margen, estos días sirven para que muchísima gente vuelva a casa, para que se den reencuentros postergados demasiado tiempo, para que abraces con más fuerza que nunca a aquellas personas que están demasiado tiempo alejadas.

La Navidad sirve para que nos imaginemos, cada año, que nos tocará la Lotería, que recibiremos ese regalo imposible que pedimos con la misma ilusión que un niño y que nunca llega. Sirve para que nos deseemos «Salud» con una mayor frecuencia de la que lo hacemos. Y para sonreír, sonreír aunque te duela, porque quizás al que sonríe delante de ti le duele lo mismo o lo necesita mucho más.

Y ya vendrá el enero y su cuesta para quitarnos la sonrisa. Esa maldita bicicleta estática y los gimnasios abarrotados. Comed, insensatos. Y feliz Navidad.

dgelabertpetrus@gmail.com