En el último mes se han producido en Menorca al menos dos denuncias por violación, una Maó y otra en Ciutadella, y una más por abuso sexual en la ciudad del levante insular, aunque cuando aparecen las estadísticas oficiales el número sorprende. En 2018, por ejemplo, se registraron 41 delitos sexuales en toda la Isla, entre ellos 9 violaciones, frente a las dos denunciadas en 2017.
Aunque nos pese, se trata solo de un reflejo más de la preocupante tendencia nacional. El año pasado las agresiones sexuales con penetración aumentaron en España un 22,7 por ciento y en general, los delitos sexuales fueron los que más crecieron, según fuentes del Ministerio del Interior.
En esta misma realidad general hay otra estadística todavía más aterradora que tiene como punto de partida la eclosión de «La «Manada», ese grupo de sevillanos que violó a una joven madrileña en las fiestas de San Fermín de 2016. Desde el 7 de julio de aquel año se han denunciado ya otras 128 violaciones en grupo en España, una de las más recientes en Mallorca, por ejemplo, y otras dos en Manresa.
Criminólogos, psicólogos y sociólogos tratan de encontrar una explicación a este comportamiento brutal porque la reiteración deja de convertirlo en una cuestión puntual de violadores patológicos y delincuentes, sin entrar en consideración sobre la nacionalidad de los agresores, al menos en muchos de los últimos casos, extranjeros.
El fácil acceso a la pornografía sádica en internet, donde no se hallan los mejores ejemplos, el efecto llamada entre adolescentes y jóvenes, quizás envalentonados por el machismo ancestral entre ellos son dos de las razones que, a buen seguro, algo tienen que ver en la lacra. Una educación sexual mucho más eficiente se antoja necesaria para poner freno a esta epidemia de consecuencias irreparables.
El problema existe, hay que combatirlo, y Menorca no está ajena al resto del territorio nacional.