Hace unos meses circulaba por las redes sociales un curioso vídeo de dibujos animados que representaba a una persona en distintos momentos del día. El narrador del vídeo decía: «Si puedes empezar tu día sin cafeína. Si puedes estar siempre alegre e ignorar los dolores y molestias. Resistir la tentación de aburrir a las personas con tus problemas. Comer la misma comida todos los días y estar agradecido por ello. Si puedes entender a un ser querido, incluso cuando no tiene tiempo para ti. Si puedes encajar las críticas con calma. Si puedes relacionarte de la misma manera con tus amigos pobres que con tus amigos ricos. Si puedes actuar sin mentiras ni engaños. Si puedes lidiar con el estrés sin medicación, relajarte sin alcohol y dormir sin pastillas. Si puedes honestamente decir que no tienes prejuicios contra el color de la piel, la religión, orientación sexual o ideología. Entonces, solo entonces, has alcanzado el nivel de…. ¡tu perro!».
A pesar de su aparente frivolidad, el vídeo invitaba a reflexionar sobre nuestra manera de vivir. ¿Por qué somos tan exigentes con nosotros mismos? ¿Qué esperamos de los demás? ¿Vivimos obsesionados con la perfección? En la última década, el mundo se ha ido acelerando. Cada vez demandamos soluciones más rápidas a nuestros problemas. Este ritmo acelerado que se imprime en el trabajo, la política o los estudios ha ido calando poco a poco en el estilo de vida. Sin darnos cuenta, nos exigimos mucho más. Nuestra mente se ha ido llenando de mensajes que buscan la perfección: «sé el mejor», «no te equivoques», «obtén el primer lugar», «tú aguanta», «nunca te rindas», «tú puedes solo». Esta forma de autoexigencia –aunque puede dar buenos resultados en función de la capacidad de cada persona- actúa como un juez interno que juzga y critica aquellas decisiones que se alejan de la perfección. Surge entonces la sensación de inseguridad, la falta de confianza y el miedo al fracaso cuando no se cumplen las expectativas. ¿Podré seguir adelante?.
A medida que el perfeccionismo tiene más adeptos, crecen los trastornos relacionados con la ansiedad. Según la Organización Mundial de la Salud, entre 1990 y 2013 las personas con ansiedad o depresión aumentaron cerca de un 50% en todo el mundo hasta alcanzar los 615 millones de personas. En España, un estudio efectuado en 2018 por Cinfasalud concluyó que nueve de cada diez españoles habían sentido estrés en el último año. Casi doce millones y medio de españoles habían tenido esta sensación de manera frecuente o continuada. En el caso de las personas con hijos, más de un 60% manifestaba que se sentían estresados continuamente. Esta situación provocaba a los afectados irritabilidad, insomnio, fatiga física, así como dolores de cabeza y musculares. Y, por tal motivo, acudían al médico de cabecera una media de diecinueve veces al año más que aquellos sin problemas emocionales.
Esta ansiedad por ser perfecto olvida la materia de la que estamos construidos. Al igual que un caleidoscopio, proyectamos imágenes diferentes a lo largo de nuestra vida. Los pequeños cristales de colores que giran en el tubo son nuestras ideas, debilidades, sueños, decepciones. Debemos asumir que, en ocasiones, no estamos a la altura de lo que se espera de nosotros. ¿Acaso siempre somos igual de comprensivos? ¿Y de honestos? ¿Siempre actuamos con sinceridad? ¿O solo cuando nos conviene? ¿Dónde se queda la empatía cuando tenemos un mal día? ¿Y la valentía para defender lo que pensamos frente a quienes discrepan abiertamente?
«Todo lo que vas a ser, ya lo eres. Lo que buscas ya está en ti», suele decir Alejandro Jodorowsky. Debemos buscar un nuevo estilo de comunicación con nosotros mismos basado en el respeto y el cariño. Ser más realistas. Centrarnos en el proceso. Disfrutar del camino. Reconocer nuestras debilidades. Valorar el esfuerzo. No se trata de alcanzar el «nivel de tu perro» sino de asumir que, al igual que la arena de la playa, nuestro comportamiento es modelable. Unos días la arena fina cae entre los dedos. Otros días la arena forma pequeñas bolas compactas. Quizá sea el momento de recordar aquel proverbio chino: «Un diamante con un defecto es mejor que una piedra común que es perfecta».
@fpintopalacios