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Según Stephen Hawking, el científico recientemente fallecido, nuestro futuro como especie humana en la tierra es, cuando menos, oscuro. Stephen William Hawking fue un famoso astrofísico británico, doce veces doctor honoris casusa, casi paralizado por esclerosis lateral amiotrófica, que consiguió comunicarse a través de un aparato generador de voz y sobrevivir 55 años, cuando la esperanza de vida con su enfermedad era de unos 14 meses. En su libro «Breves respuestas a las grandes preguntas» afirma que el mundo es hoy muy inestable. Existen muchísimas personas abandonadas económica y socialmente. Surgen políticos populares cuya capacidad para tomar decisiones ante una crisis es una incógnita. La tierra se nos está quedando pequeña. El cambio climático comporta temperaturas crecientes, reducción de los casquetes polares, deforestación, falta de agua y desaparición de especies animales. La sobrepoblación se une a las plagas de enfermedades, guerras y hambre.

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El calentamiento global es causado por la propia humanidad. Todos queremos coches, viajes, alto nivel de vida, y sin embargo estamos al borde de una guerra nuclear definitiva por la proliferación de armas nucleares devastadoras. El riesgo de guerra nuclear aumenta a medida que más países disponen de armas nucleares. Hay suficientes armas nucleares acumuladas para matarnos a todos varias veces. Para colmo muchos políticos niegan la responsabilidad humana en el cambio climático, cuando el derretimiento del Ártico y Antártico puede matar la Amazonia y desencadenar la liberación de grandes cantidades de dióxido de carbono, con lo que nuestro clima sería hirviente, con lluvias de ácido sulfúrico y temperaturas insoportables.

Según Stephen Hawking la solución pasa por aventurarnos al espacio en busca de nuevos mundos habitables, un poco como hizo Cristóbal Colón en 1492 al descubrir lo que él llamó las Indias Occidentales, es decir América, el Nuevo Mundo. Lo que pasa es que los planetas habitables están por ahora fuera de nuestro alcance, y las crisis que pueden dar al traste con la civilización humana están, en cambio, a la vuelta de la esquina. Tal vez deberíamos aprender a vivir en paz, acabar con las armas, aprender tolerancia entre razas y religiones, entre ricos y pobres; tomarnos en serio las medidas restrictivas que puedan impedir convertir la tierra en un infierno y contribuir todos con nuestro granito de arena de esfuerzo y resignación a un modo de vida menos agresivo con el medio ambiente.