Evocaba el exministro Santiago Rodríguez-Miranda, que participó en las cortes constituyentes de 1977, el esfuerzo realizado por quienes -desde posiciones e ideologías contrapuestas- fueron capaces de pactar los desacuerdos y tejer la Constitución de 1978. En el encuentro con el Cercle d Economia de Menorca, convocado por Francisco Tutzó, quienes no vivieron la Transición, tan difícil como ejemplar, tuvieron la oportunidad de conocer cómo se cerraron disputas y los enfrentamientos de los años de plomo del franquismo y de la Segunda República que fracasó porque no supo garantizar los derechos y las libertades cívicas en una España cruel y cainita. La ilusión de la nueva etapa.
Rodríguez-Miranda, diputado de UCD por Balears, se refirió al extraordinario trabajo realizado por el presidente de la Comisión Constitucional, Emilio Attard a los acuerdos cerrados en madrugada, hacia el amanecer, por Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell y al encaje de bolillos tejido por Torcuato Fernández- Miranda, que inspiró la Reforma Política, de la ley de la ley. Y subrayó que todos, también la Pasionaria, Santiago Carrillo y Rafael Alberti, apostaron por el acuerdo y el compromiso sin rencores.
Trabajaron a favor de lo que les unía en lugar de buscar diferencias y desacuerdos. Imperó el sentido de Estado y la lealtad. Y Menorca, por primera vez, vio plasmado y recogido el hecho de la insularidad.
Evoqué entonces a Carmen Iglesias, presidenta de la Real Academia de Historia, que aquella cálida tarde de verano, en Ciutadella, explicó que "la Constitución se puede adaptar a los tiempos, que también cambian pero es una falacia que cada generación tenga derecho a una Constitución, porque tiene que haber una continuidad". De la misma manera que Felipe VI desempeña un papel arbitral, porque el rey reina, pero no gobierna.
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