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Quienes ahora afirman que "se hizo la transición posible y no la ruptura necesaria" olvidan que en aquellos años de tantas ilusiones y esperanzas como dificultades y tensiones solo era posible la transición. Un periodo, muy difícil y con cientos de escollos a sortear, que incluyó el harakiri de las cortes franquistas, la Ley de Reforma Política, las elecciones constituyentes del 15-J de 1977, la aprobación de la Constitución de 1978 y las primeras municipales democráticas, en 1979, con la constitución, ex novo, del Consell insular.

Todo se resume en seis palabras: de la dictadura a la democracia.

Fácil de enunciar, pero de espinosa e intrincada ejecución. La Transición española, con mayúscula, fue un extraordinario ejemplo de diálogo para superar una Segunda República que fracasó víctima de sus desacuerdos, ambiciones e insatisfacciones el golpe militar en la España de julio de 1936, cuando el Gobierno republicano no garantizaba ni la seguridad ni los derechos cívicos la cruenta guerra civil y los años del franquismo. La Constitución de 1978 constituye un acuerdo histórico a favor de la concordia y la reconciliación.

Explica Luis María Anson que "el eje del sistema fue, como en Holanda, en Dinamarca o Noruega, la Monarquía parlamentaria", porque Juan III, el hijo de Alfonso XIII y padre de Juan Carlos I, propugnó la devolución al pueblo español de la soberanía nacional, secuestrada en 1939 por ejército vencedor de la guerra incivil.

Cuarenta años después se oyen algunas voces que cuestionan aquella audaz operación política, con orfebres del Derecho Público -de la ley a la ley- como Torcuato Fernández-Miranda.

Menorca y los menorquines, que habían sufrido represión, persecución y asesinatos en 1936 primero y en 1939 después, dieron ejemplo durante la Transición de entendimiento y dignidad para cerrar las heridas de la guerra civil y la represión. La ruptura no era posible.