En el año 2012 el empresario británico Trevor Blake publicó su libro «Tres simples pasos: un mapa para el éxito en la vida y en los negocios» donde comentaba los avances de la neurociencia para medir la actividad cerebral cuando se enfrenta a diferentes estímulos. Los estudios revelaban que el cerebro funcionaba como un músculo en base a movimientos repetitivos. De esta manera, si una persona se enfrentaba a estímulos auditivos de negatividad y queja constante, era muy probable que terminara comportándose de la misma forma. Treinta minutos de negatividad, ya sea presencial, por televisión o por cualquier otro medio de comunicación, bastaban para afectar al hipocampo cerebral con el consiguiente deterioro de la inteligencia y capacidad creativa. La exposición de dicho campo invisible de negatividad propiciaba una ola de pesimismo difícil de contener.
Aunque la queja es un comportamiento normal del ser humano derivado de las múltiples vicisitudes de la vida cotidiana, Blake centró su atención en un grupo específico de personas: aquellas que se están quejando todo el tiempo. Su principal característica es que no quieren una solución. Su propósito es que te unas a la indignidad que les ha producido un determinado revés en la vida. La persona que escucha dicha letanía constante tiene dos opciones. La primera consiste en unirse a la queja, compartir la desgracia y esbozar una triste mueca en la cara que mermará la capacidad de sonreír en las próximas horas. La segunda opción es plantarle cara al quejica, mostrarle quizá la insignificancia de su contratiempo y enseñarle el camino para aprender lo positivo de la experiencia. En este caso, sin embargo, la persona que escucha la desgracia se convertirá en el blanco de la queja. ¿Cómo te atreves a no comprender mi sufrimiento? ¿Acaso te parece una tontería lo que estoy sufriendo?
Uno de los grupos de personas más tóxico que existe es el de los quejicas profesionales. Si se tratara de una especie de mosquito, sería una mezcla entre el mosquito tigre y el que propaga la malaria: te hace enfermar, te quita energía, te reduce a escombros. Este tipo de personas manipulan la conversación para conducirte a su redil: la desgracia particular que los estrangula y les priva de la posibilidad de sonreír. No estamos hablando de aquellas personas que han sufrido un revés negativo en su vida como una enfermedad, la pérdida de un ser querido o graves problemas económicos. Se trata, más bien, de personas que observan el mundo desde una lente obtusa que tiende a resaltar todos los aspectos negativos de la vida. Todos conocemos algún «mosquito» de esta categoría. Si vas a la playa, porque hay mucha gente. Si vas a un bar a tomarte una copa, porque hay poca gente. Si vas a un congreso invitado, porque la comida está fría y las ponencias empiezan a las cuatro de la tarde y hay que dormir la «siesta». Si vas a un hotel, porque las fotos no se corresponden con el catálogo de la agencia de viajes. Si vas a coger un avión, ¡menudo fastidio la huelga de taxis! Si vas a un safari, porque los leones se acercan demasiado y es peligroso. O, si no se acercan, ¡vaya fastidio venir hasta Kenia para no ver a los leones!
¿Cuántas personas conocemos que hacen de la queja una forma de vida? ¿Acaso son tan altas sus expectativas que nada puede contentarles? ¿Cuántas veces hemos asistido a una letanía de 'desgracias' que debemos compartir so pena de convertirnos en felices bajo sospecha? ¿Todo es tan terrible, oscuro, siniestro? ¿Quién no conoce a alguien que prefiere languidecer en su queja antes que coger las riendas de su vida, enfrentarse a sus miedos y mirar al futuro con (algo) de esperanza? Hay muchas variedades de 'mosquitos' que contagian la tristeza, la frustración y la apatía. La ciencia todavía no ha inventado un «Autan repelente» eficaz para todas las variedades de insectos victimistas. Sin embargo, todos los psiquiatras recomiendan lo mismo: pararles los pies, decirles que estamos para ayudar a tomar decisiones y solucionar problemas. Quizá sea el momento de recordarles aquella frase del escritor John E. Steinbeck: «La tristeza del alma puede matarte mucho más rápido que una bacteria».