La posibilidad de que la cárcel de Menorca sea el destino final del cuñado del jefe del Estado para que pagara por los delitos que cometió, movido por su ambición desmesurada al amparo de su parentesco real, aportó una enorme dosis de morbo a la sociedad insular.
Que el exjugador de balonmano compartiera tiempo y espacio con algunos de los delincuentes comunes de la Isla, los pocos que pueblan el edificio de la carretera de Sant Lluís frente al cuartel de la Guardia Civil, supondría un hecho de lo más relevante.
La prensa rosa y la generalista se desplazarían a la Isla para realizar directos en la puerta de la cárcel que, de ser la más infrautilizada del país pasaría a ser la más célebre, como en su tiempo lo fue la Isla por el penal de la Mola. Buscando otra interpretación, diríamos que aportaría una nueva justificación ante el rechazo social que tuvo cuando primero fue concebida como centro de inserción para acabar siendo una prisión en toda regla a pesar del escaso uso que tiene.
No sería, en todo caso, una noticia positiva para la Isla, necesitada de otro tipo de promociones por más que su nombre se repitiera en medios de comunicación de todo el planeta.
La familia real ha aparecido siempre vinculada al archipiélagobalear como destino vacacional por excelencia, aunque Menorca ha quedado para reducto de excursiones puntuales a bordo del Fortuna y 'calderetes de langosta que degustaban Juan Carlos y compañía en Fornells.
Sería hasta cierto punto lamentable que un miembro de la casa real, apartado fulminantemente de ella cuando se conocieron sus prácticas delictivas con la connivencia de políticos corruptos, hubiera elegido Menorca como destino. No se necesitan reclusos de este pelaje en la prisión de la Isla que alteren la aparente tranquilidad, de un tiempo a esta parte, de los delincuentes comunes que la ocupan.