El mundo se rige en un constante equilibrio. El Ying y el Yang, dicen. La Nocilla y la Nutela. El Cola Cao y el Nesquik. La Coca Cola y la Pepsi. Los guapos y los simpáticos. El Madrid y el Bar… bah, déjalo estar. Hay una serie de normas universales que evitan que el mundo se vaya al carajo. Y una de ellas son los patos. ¿Has visto alguna vez un pato enfadado? Te estoy hablando en serio, ¿te has cruzado nunca con uno de estos simpáticos plumíferos encabronado? No, ¿verdad? Te diré por qué.
Al principio de los tiempos, los patos y las patas estaban en lo alto de la cadena alimentaria. Eran asesinos encarnizados, carnívoros sin piedad, devoradores insaciables que no dudaban en zamparse incluso a un gran tiburón blanco si les apetecía. De hecho se llamaban putos, en lugar de patos. Incluso cuentan algunos investigadores que a los dinosaurios los extinguió una manada de patos. Como lo lees... Los humanos, preocupados por su supervivencia, lograron firmar un pacto con los patos para lograr el equilibrio existencial del que te hablaba al principio. Firmaron una tregua mediante la cual se comprometían desde entonces hasta los restos de la humanidad a dedicar un rato de su existencia –sobre todo siendo muy pequeños- a invertir los sábados y los domingos a ir al estanque más cercano y tirarles pan. Y de putos pasaron a ser patos.
Fue un pacto en el que todos salíamos ganando. Los patos recibían comida sin tener que hacer nada, los padres y las madres veían cómo entretener a los pequeños de la casa y la especie humana no temía por su existencia. Todo estaba en paz. Hasta que nos volvimos tontos. Y tontas, claro.
Hace unos días me encontré un cartel por Internet que dice que no se les tiene que tirar pan a los patos en los estanques porque eso «ensucia el agua dónde viven, saca las algas a flote, hace que el estanque huela mal, que los peces que ahí habitan mueran y que la familia de patos enferme porque no se les da los nutrientes que necesitan». Te lo juro, es real. Y lo completan animándonos a que les llevemos avena, semillas, maíz, guisantes, zanahorias e incluso lechuga 'en trocitos'.
¿Queremos sufrir la muerte más horripilante que podamos imaginar? Yo, que tengo un máster en dar pan a los patos del polígono de Alaior, tengo la sensación de que nunca se quejaron. Al contrario, creo que esos animales eran indestructibles. Hay que ser muy valiente para tirarle lechuga a un pato y no voy a ser yo el que lo pruebe, no quiero ser el que desencadene el Apocalipsis según San Pato.
Yo creo que, si no queremos volver a la época más oscura de la humanidad, debemos seguir dando pan a los patos. No sé qué pinta tiene un pato cabreado pero esa mirada perdida esconde una capacidad de destrucción terrible. Y sino, prueba a cambiar tú pizza de los viernes por un plato de guisantes, zanahoria, lechuga y maíz. Pensemos en el bien de la humanidad.
* Te juro que el cartel es real.