Sentado bajo el árbol centenario recibo con agradecimiento la brisa del norte que se cuela entre las adelfas mientras el sol matutino hace brillar el césped en mil matices de verde, sombreado en algún rincón por los chopos que plantáramos hace más de treinta años, y radiante en otros. Más al fondo, al lado de la calle, los pinos dan un alegre toque mediterráneo, aliviados por la ausencia este año de orugas procesionarias, indeseados inquilinos de sus ramas en otras ocasiones. Allen, cegato pero no sordo, ladra a un ruidoso camión…
Mientras escucho el no menos alegre canturreo de Inés, hoy benvolguda inquilina, intento reflexionar sobre el ramblicidio. No es de lo que me gustaría hablar, esta sección veraniega tiene vocación costumbrista y ligera, pero resulta imposible sustraerse a la lacerante actualidad. Y menos cuando recibo incesantemente vía e-mail y whatsApp, videos y comunicados sobre la necesidad imperiosa de dejarse de pamplinas buenistas e integradoras e iniciar ya una política de mano dura («leña al moro», deportaciones y prohibiciones a mansalva, sin contemplaciones), cuyo inspirador es, ni más ni menos, que ¡Vladimir Putin!
Lo último que me llega es la homilía de un cura de Madrid quien culpa del atentado (en alguna medida, en esto se muestra comedido) a Ada Colau, por no poner bolardos y también reparte estopa a la alcaldesa de Madrid por comunista y, por tanto, condescendiente con el islamismo radical. El otro día era el representante de un partido español de extrema derecha, afortunadamente minoritario, quien mezclaba terrorismo con independentismo en un totum revolutum muy del gusto de sus pensadores (en esto, los cuperos no le van a la zaga: también arriman el ascua a su sardina).
Pero lo más inquietante de todo es, para mí, la invocación al putinismo, claro ejemplo del Estado pseudo democrático, de las mafias instaladas en el poder, emporio de la homofobia, nido de espías cibernéticos, invasor de países vecinos. ¿Ese es el ideal? Al parecer sí para los amantes de la teoría y praxis de la leña al moro. «¡En Rusia vivid como rusos!», afirma el macho alfa de todas las Rusias (¿Rusia first?) cabalgando sin desmayo a lomos del nacionalismo populista. «Debemos aprender mucho de los suicidios de América, Inglaterra, Holanda, Francia», continúa Putin en su discurso al Parlamento ruso, que le ovacionó, puesto en pie, más de cinco minutos… ¿De verdad la solución está en la voladura controlada de nuestro sistema de valores e instituciones democráticas?
Pienso en las manifestaciones del «No tinc por». Claro que tenemos miedo, y mucho. Lo sentí intenso y punzante hace solo un par de meses al tener que ir a Londres una semana después del atentado del puente de Westminster y al día siguiente de una declaración de la primera ministra Theresa May que literalmente ponía los pelos de punta: «Se esperan ataques inminentes». «Tranquilos, esto está controlado, todo el mundo sigue su vida normal» nos dijeron desde Londres. Es lo mismo que me decían mis amigos vascos cuando íbamos de visita a Euskadi en los tiempos de plomo, esos que tan acertadamente describe Fernando Aramburu en su novela «Patria». Sí, vida normal hasta que te toca de cerca. ¿Cómo no sentir miedo de un terrorismo global, nihilista y salvaje promovido por el fanatismo intransigente y facilitado por la porosidad de un mundo cada vez más intercomunicado?
Las redes, esa es otra que me viene preocupando. Cuando nacieron nos parecieron un dechado de posibilidades democráticas y liberadoras, hoy día, sin negarlas, nos presentan una cara inquietante: la escasa fiabilidad de las fuentes, la fácil difusión de basura y bulos sin cuento, el proselitismo, la opinión de trinchera. Por otra parte, no puedo quitarme de la cabeza el brutal linchamiento del chico italiano de Lloret rodeado de espectadores cuya única reacción fue filmar el evento. ¡Qué diferente de la actuación de esos espontáneos de las Ramblas que se comportaron heroicamente ayudando a sus conciudadanos! Magnífico ejemplo el del jugador francés del Barcelona Lucas Digne, por fin un futbolista que se saca los auriculares de la cabeza…
«De acuerdo, no le gustan a usted las soluciones drásticas, está claro, pero ¿qué nos ofrece desde su paraíso verde?», me parece escuchar. Bien, sin ser un experto, creo en la intensificación de la educación cívica en escuelas públicas y privadas, en mejorar la coordinación internacional ( e intraestatal ) de los servicios de inteligencia, en un control mucho más exhaustivo y estricto de mezquitas y páginas web de adoctrinamiento y reclutamiento, y en acabar de una vez con la connivencia occidental con las dictaduras islámicas del Golfo Pérsico, financiadoras del radicalismo salafista, jaleadas por Trump en su último viaje al Oriente Medio y por el capitalismo global (España incluida), por las magníficas posibilidades de negocio que ofrecen…
Y abandono el árbol preguntándome si podré ser por fin ligerito la próxima semana en la despedida del ullastre…