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Queda bastante para Navidad pero el tradicional discurso de Nochebuena puede coincidir con otra jornada de reflexión (ya habremos reflexionado tres veces). El Rey, cuya función constitucional es ostentar la jefatura del Estado por encima de luchas partidistas (a las que somos tan dados los españoles) debe transmitir un mensaje neutral, conciliador, dirigido al pueblo sin distinción de raza, credo o autonomía. Respetando la manera de pensar o votar de cada uno.

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La corrupción, la crisis económica y las enormes incertezas que vivimos han originado una grave fractura social, hemos roto los principales consensos y se han resucitado viejos rencores partidistas. Es difícil hablar sin que te critiquen por h o por b. De hecho, te pueden poner verde por cualquier letra. El odio es a priori y digas lo que digas.

En esta encrucijada histórica mundial, donde la sangre sigue corriendo descontrolada como un río, es más necesario que nunca apelar al respeto, la tolerancia y la solidaridad para salir adelante. Solo después de graves traumas, olvidan sus diferencias los que son distintos o contrincantes para poder subsistir o reconstruir los puentes rotos. El miedo a repetir lo vivido les hace ser generosos y prudentes. Luego se olvidan de pasados errores y se tornan sectarios, dogmáticos, agrios e intransigentes. Reaparecen los demonios que todos llevamos dentro. Y por ese camino, tarde o temprano, se llega otra vez al infierno.