Días de cenas y tertulias. Bajo el árbol, por ejemplo, una vez en la Isla uno de los ullastreros más insignes, mi sobrino periodista Jorge, radicado en Bruselas y con una amplia experiencia, pese a su juventud, en temas internacionales. Nos explica sus experiencias en la Bruselas sitiada por el yihadismo, su vida aledaña al polémico barrio de Molenbeeck, epicentro de las investigaciones de la policía belga, y confiesa su prevención a viajar, muy especialmente en el metro, donde se sienta siempre en el último vagón y se baja en cuanto observa algún movimiento extraño. A pesar de sus prevenciones, viaja de Menorca a China para cubrir la reunión del G-20, nada menos. Además, pretende aprovechar la protección del ullastre para introducirme en twiter, básico, me dice, para un periodista que se precie. Veremos, uno solo es periodista de ínsulas y lo de las redes me agobia, hace años entré en una por curiosidad y luego no me dejaban salir…
Y es que «el final del verano llegó y tu partirás» que cantaba el Dúo Dinámico (Manolo y Ramón ya octogenarios, valgam Déu), y uno no puede evitar darle vueltas y más vueltas, máxime si ha elegido Francia como destino para su viaje anual. ¿Qué hacer, sentirse presa del pánico y abortar el vieja o seguir nuestra vida, nuestras costumbres? Vivimos en una acelerada sociedad del riesgo en la que ya no hay espacios de seguridad. Hoy día ya no se necesita una gran infraestructura para sembrar el terror, se ha visto en Niza y en otros lugares, los lobos solitarios acechan por doquier. ¿Claudicar ante su permanente amenaza o vivir? ¿Enclaustrarte en casa, o viajar? ¿Ir ojo avizor como mi sobrino periodista, pero lanzarse al ruedo?
Y luego están las charlas de fosquets junto al mar, variopintas pero nunca maratonianas. El ullastrero calvo sigue exigiendo respeto a sus biorritmos que son más bien cansinos tanto en invierno como en verano, esclavos de una fisiología que exige comer y dormir en horario europeo, lejos de la disbauxa latina… Charlamos con un mallorquín experto en política balear y comenzamos por deplorar las corruptelas en la isla mayor que él las sitúa bajo otro prisma: «Sí, la política mallorquina apesta, pero las cárceles están llenas de políticos. ¿Cuántos hay entre rejas en Catalunya?», se pregunta y se responde: «Ni uno». Y en Valencia, poquitos para lo que se barrunta, añadimos. Y en Madrid y, y, y…
Cierto, y tal como comentaba la pasada semana contrastando dos artículos, lúcidos ambos pese a llegar a conclusiones contrapuestas, mucho depende del enfoque que se le dé. Como en el tema del tan traído y llevado desafío secesionista que acaba emergiendo siempre. Nuestro amigo de la isla mayor está convencido (¿rajoyanamente?) de que a medida que mejore la economía, que mejora, insistió, la pulsión separatista se irá desactivando. Yo no lo creo, me parece que tarde o temprano habrá que encarar una solución política, referéndum mediante, no cualquier referéndum sino uno con condiciones claras pactadas con el Estado (por ejemplo 75% por ciento de participación y 60% de síes para empezar a hablar), sin ello, digo no se va a desactivar el tema catalán. Y sin una solución razonable de ese asunto, la política española estará sempiternamente empantanada.
Cenamos en Torralbenc con unos amigos madrileños y nos reafirmamos en la idea de que el turismo rural y urbano de calidad (enhorabuena al grupo de Carlos Sintes por su iniciativa al respecto) debería ser el epicentro del desarrollo de la Isla…Y mientras tanto, ¿qué solución le encontramos a la masificación del turismo? ¿Numerus clausus? Me cuenta un taxista en el ágora pública de una peluquería que alucinaría si viera algunos de los destinos a los que le ha llevado su profesión este verano, extrarradios indescriptibles en los que aparecen de pronto unos fantasmales apartamentos de los que no tenía noticia alguna. La llamada oferta ilegal, esta es una de las madres del cordero a la hora de racionalizar el asunto. Lo que nos lleva, para terminar esta serie veraniega, a otra oferta, la de una red también incontrolable…
Hoy, lo nuevo y significativo, leo en el semanario «Ahora», es que los rumores y mentiras tienen tantos lectores como los hechos irrefutables. Sea cual sea el motivo, las falsedades y los hechos ahora se difunden de la misma manera, por medio de lo que los académicos llaman «cascada de información». La gente reenvía lo que otros piensan, aunque la información sea falsa, incorrecta o incompleta, porque creen que han aprendido algo valioso, pero la verdad es que se crean grupitos que difunden falsedades instantáneas que encajan con sus ideas, reforzando mutuamente las creencias, haciendo que cada uno se atrinchere aún más en sus opiniones compartidas en lugar de en hechos comprobados.
Lo que decía la semana pasada: demasiado ruido.