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Uno lleva media vida intentando escapar de la otra media, es decir, de los condicionantes genéticos y de cuna, con la utópica esperanza de hacerse a sí mismo. Así renuncié a los dioses y patrias que jalonaron (torpedearon) nuestra infancia y a un patrioterismo aldeano que me hacía pensar que si había niebla en el canal, el continente quedaría aislado. Es decir, no había berenjenas ni patatas como las de la Isla, ni raors ni molls parecidos, ni playas tan celestiales, ni gentes tan templadas como las de aquí, ni lengua tan musical como el catalán de Menorca, ni formas de vida tan equilibradas y placenteras como la nuestra, ni, ni…

De casi todos los prejuicios uno se ha ido librando a lo largo de los años si exceptuamos la casi enfermiza devoción por la madre de todos los puertos y cierto resquemor histórico por determinado club deportivo especializado en coleccionar copas de Europa bordando el fútbol como en tiempos de Di Stéfano y luego con los llamados galácticos, o sin jugar a casi nada como en los últimos tiempos. Le reprochaba al Real (inducido por mi padre, pobre criatura) precisamente la confiscación de Di Stéfano, sospechosamente trasladado a Madrid después de haberlo traído el Barça a España, su omnipresencia en los medios de entonces (¡ay aquellos No-do trufados de inauguraciones de pantanos y épicas victorias blancas) y su paranormal y pertinaz fortuna (solo comparable a la del dirigente político Carlos Fabra con la lotería, y puesta de nuevo de manifiesto en las dos últimas finales ganadas)…

He intentado escapar del maleficio blanco durante décadas, simplemente pasando, misión imposible dado el sesgo de los medios de información españoles para los que el Real es su equipo sin lugar a dudas en mayor medida que la Selección, con demasiados catalanes infiltrados (si el Real alguna vez tiene alguno no se nota, el chico, amedrentado, pedirá permiso para hablar en catalán a un medio de comunicación catalán, como le ocurrió recientemente el portero Quico Casilla y le será denegado el privilegio). Lo he intentado también haciendo zapping en los momentos cruciales pero si te vas a aligerar la próstata te lo endilgan, o yendo al cine como el pasado sábado, pero su fantasma endiabladamente ganador me persigue implacablemente, incluso cuando parece que pintan bastos para ellos, como el otro día al empatar el Atlético a poco del final. Uno se confía, piensa que es posible el milagro y se queda fatalmente ante el televisor…

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Ahí estaban de nuevo ellos ganando otra champions jugando al tran tran, más allá de las galopadas de Bale y Cristiano, detalles de Benzama, la intimidación de Pepe y Sergio Ramos, y de unos sorteos más que benévolos. Y es que como escribía José Sámano en «El País», ¡Es el Madrid, estúpido!, un club enigmático donde los haya, donde no sirven los tradicionales cánones futbolísticos. Son ellos, ganan no importa cómo y se acabó, no les preocupa el estilo como a otros clubes más estetas, son los únicos de la historia del fútbol que lo hacen jugando bien, mal o regular. O sea amigos atléticos, asumid la realidad, resignaos, y si volvéis a llegar a una final con ellos, directamente renunciad a jugarla. Os evitaréis sufrimientos inútiles. Por mi parte, como llegue a darse una final Madrid-Barça prometo irme a Japón, asignatura viajera pendiente, por cierto.

Pero no acaban aquí las claudicaciones en este estreno del ullastre centenario. Me rindo también ante las próximas elecciones, donde se da un fenómeno parecido al del fútbol: juegue como juegue el PP, gana y vuelve a ganar las elecciones, tiene a su Pepe particular, ese Rafael Hernando de mueca imposible, marrullero y arrogante, espera sin desgastarse que sus rivales se destrocen entre ellos como ha ocurrido en la Champions, y sus votantes son inasequibles al desaliento, juegue como juegue su equipo saben que va a ganar. ¿El estilo?, que inventen otros…

Por otra parte y cansado de la indigencia intelectual de los líderes políticos, meros repetidores de los eslóganes del día y la de los propios intelectuales (imprescindible leer «La desfachatez intelectual» Edit. Catarata, de Ignacio Sánchez- Cuenca), la aterradora falta de ideas renovadoras para los graves problemas del país (el paro, la desigualdad creciente, la corrupción estructural y el problema territorial, fundamentalmente), la insufrible repetición de tópicos, entrego mis armas y me paso al mundo de la ficción bajo el ullastre, del que solo pienso salir para el paseo diario salmonete arriba salmonete abajo, algún que otro baño de mar, y para depositar en la urna un sobre vacío, mi verdad. Salvo alguna cosa, que diría Rajoy, si llegase a aflorar una idea o algo así.