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Tengo que suponer que los genes por los que me auto-atribuyo  lo de  letraherido  venían de muy lejos: en casa solo había dos misales muy manoseados los dos, mis abuelos eran los cuatro analfabetos, pero, eso sí, mi padre leía el «ABC», que le prestaba su amigo el farmacéutico del pueblo, cuatro o cinco días después de su llegada. (A veces he escrito que toda mi cultura era de crucigrama: el del «ABC» era muy bueno…)   Muchos años más tarde, en París precisamente, el farmacéutico del pueblo me recordaría a monsieur  Homais, su famoso colega en «Madame Bovary»...

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Para empezar, y dada la cantidad de dinero disponible, ahí te encontrabas con dos coleciones a un precio tirado: «Qué sais-je?»  (cultura) y «Livres de Poche» (literatura),  y solo tenías que acercarte a la Place Saint Michel, donde la gran librería Gibert Jeune te ofrecía miles y miles de libros, donde te volvías loco para escoger. El primer día tuve en la mano más de una docena de ellos, que reponía en sus estanterías cada vez que encontraba otro que me interesaba más. Al final me decidí por «Les  Fleurs du Mal», de Baudelaire, «Madame Bovary», de  Flaubert, y «Le Rouge et le Noir» de Stendhal. Era la tarde del 21 de noviembre de 1953, el día de mi cumpleaños más intenso que he vivido. «J'ai plus de souvenirs que si j´avais mille ans/ un gros meuble à tiroirs encombré  des bilans…»  París no acaba nunca…