Un niño de Albacete paseaba con sus padres por el centro de la ciudad cuando vio un euro en el suelo, se agachó a recogerlo y dijo: «Mira mama, me he encontrado un yen». Al parecer el niño era seguidor de la serie japonesa de dibujos animados Shin-chan, y confundió la realidad con la ficción, pensó que las monedas que se usan en su serie de dibujos favorita eran las mismas que se usaban en su Albacete natal. A mí me parece divertido, a otros les parece preocupante.
Algunos aprovechan hechos como este, o algunos más dramáticos, para sacar a relucir su afán prohibicionista, su ansia de control, para censurar todo tipo de arte o ficción como peligrosa para la sociedad, y lo hacen con la excusa de proteger a nuestros hijos. No quieren mirar detrás del problema, les basta con encarcelar titiriteros y ponerle impuestos de lujo a toda expresión artística. Mucha hipocresía y mucha ignorancia se esconde tras posturas como éstas, no va por ahí mi reflexión, más bien sostengo todo lo contrario, la necesidad imperiosa que tenemos de darnos chutes de ficción, de darnos baños de ensoñación, imprescindibles si queremos seguir disfrutando con cierta intensidad de nuestras vidas.
Cuántas veces nos hemos preguntado qué hay detrás del espejo, como la Alicia de Lewis Carroll. Cuántas veces no hemos llorado viendo una película, aún siendo muy conscientes de que no era verdad lo que allí pasaba, y detrás de la cámara había un equipo técnico filmando a los actores. Cuántas veces nos ha reconfortado la lectura de un buen libro momentos antes de ir a dormir después de un duro día de cotidianidad. Cuántas veces hemos cerrado los ojos con la esperanza de que al abrirlos haya pasado un mal momento, o por el contrario los hemos apretado con fuerza para recrear un momento placentero. Cuántas veces no hemos oído decir a los grandes gurús del tema que la imaginación es la antesala del talento.
Por lo tanto es normal, legítimo y compresible, queridos lectores, que algunas personas necesiten de la ficción para huir de una realidad que no les trata nada bien. Como también es lícito y necesario recurrir a la ficción para sentir, aunque solo sea con la intensidad de un roce, experiencias que nunca estarán a nuestro alcance en la vida real. La ficción nos evoca, recuerda, presenta, descubre mundos que de otra manera nunca conoceríamos, y además espolea nuestra imaginación.
Un equipo del Instituto de Arte de Chicago ha realizado una réplica a tamaño natural del famoso cuadro «El dormitorio de Arlés» del pintor Vicent Van Gogh. Ahora es posible pasar la noche, por el módico precio de nueve dólares, dentro de un cuadro. Han roto la barrera para entrar dentro del lienzo y poder tocar y sentir una reproducción fidedigna de la famosa obra del pintor neerlandés.
Me alegra saber que hay más gente que comparte esa necesidad de moverse sin miedo entre la ficción que nos brinda el arte y la realidad más masticable. Siempre se critica al que se deja llevar por sus sueños, se le dice que está en las nubes, que vive en su mundo, no niego que un exceso de fantasía puede hacerles la vida muy difícil a los que tienes alrededor, pero estarán conmigo que un exceso de gris realismo hace la vida muy aburrida.
Puestos a vivir en un cuadro, ¿cuál elegirían ustedes?, yo les tengo que confesar, ahora que no nos lee nadie, que me gustaría tomar un cafetito con La Gioconda, y por qué no pagarlo en yenes, para preguntarle a qué se debe esa media sonrisa, la curiosidad nos mantiene vivos.
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