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Ponç Pons acaba de publicar «Camp de Bard», premio Miquel de Palol 2015, en la colección Llibres de l'Óssa Menor de editorial Proa. Enhorabuena. Ponç Pons es un escritor menorquín que además ejerce de menorquín y de poeta, y que según le gusta decir vive de escrivivir y también de dar clases para ganarse el pan de cada día. Es catedrático, y puede sentar cátedra de poesía porque ha ganado premios tan prestigiosos como el Nacional de Poesía o el premio de la Crítica, éste último nada menos que cuatro veces. Dice que escribe a mano en Sa Figuera Verda, de modo que la suya, además de ser poesía de altos vuelos, es cuando menos ecológica. Fue escritor del año en Balears y su figura es reconocida internacionalmente. La colección donde aparece su último libro se me antoja entrañable desde que en los años setenta publicaba en ella sus poemarios Joan Oliver (Pere Quart) el hombre más discreto en su grandeza y más cargado de ironía de la vida que he conocido.

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Menorca es una tierra yerma, azotada por todos los vientos, principalmente el viento de tramontana, que nieva de sal hasta los sepulcros de sus hijos más ilustres. Tradicionalmente Menorca ha sido bastante estéril en cuanto a producción literaria, pero esto ha cambiado de un tiempo a esta parte gracias a nombres como el que nos ocupa o el de su conciudadano Pere Gomila, entre otros. Ha caído una lluvia fértil que ha disuelto la sal de los campos. Por cierto que «Camp de Bard» puede hacer referencia a un par de cosas: a los poetas de los antiguos pueblos celtas que cantaban las glorias de los dioses y de los héroes, o bien a la tierra embarrada de donde se sacan tochos para erigir paredes, pero en este caso yo apuesto por los poetas.

Hace años que Ponç Pons me sedujo con su arte, y últimamente me embelesó con «El rastre blau de les formigues», donde me pareció que había desnudado su alma, lo cual es muy de agradecer. En este «Camp de Bard» tiene acentos más sonoros, sin alejarse nunca de la tierra que le vio nacer, la tierra que pisaron sus padres, la tierra que le cobija y mueve su mano a veces a horas intempestivas para escribir no ya con mango y plumilla, pero sí de un modo completamente artesanal, versos de los grandes. Puestos a recordar puedo revivir la primera vez que, siendo muy joven, Ponç Pons asomó a la casa del camino de Santa Bárbara donde yo vivía. Vino con un libro bajo el brazo y yo le acogí con música de los Beatles y con la mejor de las sonrisas, porque ciertamente le deseo lo mejor.