A María le gusta fijarse en las pequeñas cosas, en las cosas que están en las esquinas de los sitios, el centro de atención casi siempre le ha aburrido, y no porque sea una snob, o porque se sienta superior a los demás, sencillamente es que le sale así de forma natural, quizás porque María nació en una isla pequeña que está en la esquina de una mapa, que siempre tapa con su culo el hombre del tiempo. Cuando era pequeña siempre se acercaba a hablar con las niñas que eran más tímidas, las que se sentaban con la cabeza agachada en algún lugar apartado para no llamar la atención.
María huye de los titulares y se va a las noticias del interior, las que están en los periódicos a partir de la pagina ocho en adelante. Así aprendió que los alemanes son los mayores consumidores de patatas del mundo, se comen unos 90 kilos por persona al año. Debe ser por eso que los gobiernos alemanes se empeñan en empobrecer al resto de los países, para que nos dediquemos todos a cultivar patatas baratas para ellos. O a vendérselas, como hace su tío en el restaurante que tiene en la bahía de Fornells,¡ kartoffeln para todos y unas jarras de sangría!
Hace dos días María vio en la playa de Sa Mesquida a un hombre que sentado frente al mar le dijo a su hijo pequeño, que jugaba con la arena, que lo único que le dejaría en herencia sería su silla de playa, una silla antigua y pesada que el heredó de su padre y este a su vez de su abuelo. Era un extraño objeto para dejar en herencia sin duda, o aquel hombre era el rey del sarcasmo, o aquella silla había mantenido a salvo la espalda de tres generaciones aficionadas a observar el horizonte menorquín desde una playa. Si eso era así, se demuestra que no hace falta mucho dinero para ser más o menos feliz. Poético, algo cursi si quieren, pero no por ello deja de ser cierto.
María es muy curiosa, disfruta mirando y oyendo lo que ocurre a su alrededor. Un día, mientras se tomaba un café en la terraza de una placita de Maó, observó a dos chicas que charlaban divertidas en la mesa de al lado, se enseñaban fotos por el móvil, reían y gesticulaban como dos buenas amigas, pero cuando llegó el camarero a tomarles nota, una de ellas se pidió un té sin preguntar a la otra si quería, y siguió hablando de forma atropellada sin notar que la mirada de su amiga se había ensombrecido ligeramente. María supo que aquello había sido una buena amistad hasta que una se pidió un té verde para ella sola. Aquel insignificante descuido provocó la misma reacción en cadena que la piedra arrojada al lago, se interpretó como un acto egoísta, como el principio del fin de algo.
Y cuando se habla de las cosa pequeñas, se habla también de los pequeños placeres, como el que obtiene María quitándoles los puntos negros de la espalda a sus novios o amigos. Por eso entendió perfectamente a la chica, algo choni y poligonera, que se enfadó con otra en la playa de Cavallería por que le estaba sacando los puntos negros a su chico, «los puntos negros de mi chico son solo míos», gritó para vergüenza ajena de toda la playa, el enfado era enorme, por haberle robado ese pequeño gran placer.
Insignificantes historias contadas por María, que enseñan más que los engolados y grandilocuentes discursos, por eso las recojo y las comparto, porque si no cuidamos los detalles, como vamos a realizar con mimo los proyectos importantes. En lo pequeño se basa todo, queridos lectores, lo pequeño es la vida. Feliz verano.
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