Relaxing cup
Panes y panaderías
Buen negocio el de la harina. Ya se lo decía mi abuelo a mi padre: «Xiquet de major, forner», que nunca lo fue pero ha quedado el dicho. Los menorquines aprecian los hornos con sus pastas, pasteles, panes. Pasar por uno de ellos es una delicia y un pecado para el cuerpo. Mi primer año engordé con rubiols, formatjades, flaons, ensaimadas, flautas de sobrasada,... es un placer que, controlado, nos hace disfrutar más de las cosas buenas de la vida. Total que me propuse abstinencia y adelgacé para de vez en cuando comer estas delicias saladas y dulces. Ha pasado ya tiempo y a lo largo de los años he visto nacer panaderías, curiosos negocio que abre y no cierra. Más bien en el peor de los casos se traspasa. Hay una panadería en concreto que si la mojas prolifera como los gremlins, que este verano he visitado solo una vez porque entrar allí es como abrir la puerta del infierno. Entre maquinas a pleno rendimiento, los ventiladores industriales que levantaban el aire caliente, entre el horno y el ambiente del verano se superan los 30 grados facilmente. Le pregunté a la persona que despachaba cómo aguantaba esas altas temperaturas. Me contesta «a base de pastillas». Me negué a ir más a esas panaderías por las condiciones de calor -y supongo que frio cuando llegue el invierno- al que están sometidas estas mujeres. Dónde están los sindicatos para defenderlas, me pregunto. Cualquier otra panadería con nombre propio tiene a las mujeres que despachan en mejores condiciones y a los clientes un poco más cómodos.
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