- Ignacia, no me gusta decir que se acabó la pila, pero es cierto. Te llamo desde el móvil de Jorge, estoy al llegar. Ya sabes como son los jueves en el Consejo.
- Vale. Yo no te hablaré de mi reunión ni de tus lingotazos con Jorge. ¿No pensarás cenar?
- No, gracias. Un almax, si acaso…
- Ya veo. ¿Sabes en qué día estamos hoy?
-Jueves, ya te lo he dicho. ¿Qué pasa?
- Es el día primero de agosto, ¿lo recuerdas ?
- ¡Ostras !Los billetes para Menorca… Sublime ella, y a la vez que rural… Perdona.
- Mira, vamos a seguir hablando por teléfono y así no estropearemos la velada en directo. Luego podrás irte a casa, absuelto y relajado.
- ¿Pero qué te pasa?
- Pasa, cariño, que no tienes ni intención alguna de acompañarme a Menorca. Con acierto instauramos un régimen de semi-libertad después de nuestros respectivos divorcios : tú vives en tu casa, yo en la mía y, entre y entre, coitamos vamos al cine. Vale . Eres un hombre inteligente y con mucho sentido del humor, pero lo de las vacaciones conjuntas lo hemos ensayado ya cinco veces con un fracaso total : la presencia de mi madre, la casa en Los Delfines (el lovely suburb, como tú lo defines) y, sobretodo, Menorca en general, te caen gordas. Y yo no aguanto más oirte repetir cien veces diarias : «¡ Ay, qué bien estaríamos ahora en Asturias!» Nacho, se acabó!
- ¡Lo que voy a echar de menos tus abarques, oye…