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Resulta bananero que a los pocos días de la entronización de Felipe VI, ya estemos evocando a la República, ¡Ave María Purísima! En primer lugar porque, según San Ignacio de Loyola, que era muy listo, «En tiempo de agitación, no hacer mudanza». Sólo nos faltaría ahora que, enlodados todavía en la crisis, que es económica y financiera ( ambas con distintos propósitos: producción o especulación), ética y moral (la corrupción generalizada, tanto en el ejercicio de la política como en el de la ciudadanía: una es el reflejo de la otra…), en mitad de las acometidas nacionalistas entre lo patético y lo pintoresco: Durán Lleida, ladino, es lo uno; Mas, el pavo real, es lo otro), y etcétera; solo nos faltaría, repito, organizar un referéndum, o sea, paralizar la vida política y social durante un año, gastarnos unos miles de millones para que, al final de la kermesse, la Corona obtuviera, muy probablemente, una honrosa mayoría, cuya dimensión sería directamente proporcional al paroxismo populista de la autodenominada izquierda plural…

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Y en segundo lugar, ¿hay que añadir que república o monarquía solo son dos modelos de Estado y, como en la alta literatura, lo que cuenta es el cómo y no el qué? El ínclito Lara planteó sin rubor esta disyuntiva: «O Monarquía o Democracia». Vatuadell! ¿Y dónde situamos a la UK, a la vez una monarquía parlamentaria durante siglos y el paradigma de la democracia, y ni siquiera tiene una Constitución escrita?