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Estaban convencidos de que podían y vaya si pudieron. Y mucho además, adoptando un eslogan que se inventó para que España ganara la Eurocopa de 2008. Tocándole la cara a los dos grandes partidos que imperan en el juego político español, vacilando a las pequeñas agrupaciones que desde años intentan colarse entre Partido Popular y PSOE, y, lo más importante, haciendo que una parte importante del electorado recupere la ilusión por votar que no es lo mismo que la confianza en la democracia. Y para más inri, consiguieron lo que parecía imposible, que alguno de los partidos reconociera que había perdido. El otro, siguió a lo suyo, celebrando una victoria ficticia, le pese a quién le pese. Entonces, entre tanto azul y tanto rojo, apareció el morado como una alternativa real.

Ya lo he comentado y me reitero, a nivel de marketing la operación de Podemos ha sido sencilla a la par que eficaz. Espectacular. Como si de un camarero tomando nota se tratara han sido capaces de diseñar un programa electoral a partir de lo que a pie de calle joroba a aquellos que todavía no han perdido la fe en lo de votar. Lo han hecho escuchando, en lugar de alzar más la voz para que no se oiga a los que protestan. Saben que a los de aquí abajo nos fastidia que recorten en aspectos esenciales o que permanezcan impasivos ante las amenazas de corrupción que sobrevuelan en una y otra orilla. Si encima prometen renunciar a los privilegios que acompañan, por ejemplo, a los diputados europeos, el mensaje populista resulta muy atractivo y se entiende que 'hasta el Tato' les haya votado.

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Tan bien lo han hecho que han sido capaces de infiltrar entre sus promesas electorales actitudes que muchos de sus votantes desconocían. Vicios que pocos aprobarían. Pero claro, la culpa no es suya. Como si de un menú se tratara, si los dos platos principales están deliciosos y nos sacian, nos importa bien poco si el postre está pasado, no está bien descongelado o nos sabe raro... Como a extrema izquierda.

Ahora, como si de una moda pasajera se tratara, resultará que los partidos 'cañeros' se volverán 'molones', intentarán ser 'enrollados', como cuando los aspirantes se dejaron barba porque era más progre. Aunque resulte -espero que no- un ejercicio patético como cuando un millonario septuagenario se lo monta con una muchachita que roza los 20 y te juran a los cuatro vientos que lo suyo es amor y que el dinero es secundario.

Podemos ha cambiado la normas del juego y ha abierto un panorama que parecía descorazonador. Quizás no nos importe tanto si no ganamos el Mundial.