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Poca gente sabe que a los pocos días de empezar en la universidad Iñaki Gabilondo vino a dar una charla en la que defendía a capa y a espada esta profesión en una sala en la que unos 400 aspirantes a comunicadores observaban y escuchaban con una mezcla de fascinación y envidia. Nos contaba lo privilegiado que se sentía después de 50 años en primera línea de la información por haber visto cómo ha cambiado el mundo. Entonces, embobado por la calidez de su tono, como le ha pasado a tantos, me convencí a mi mismo de que esta era mi profesión y que mi misión debía ser cambiar el mundo contando las historias que en él habitan.

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Unos años después, asentado en estas páginas y con la pasión propia del adolescente que se quiere comer el mundo ya calmada, Iñaki se ha vuelto a cruzar en mi camino. Aunque sea vía Skype y en una entrevista en la que yo le hablaba a través de una webcam y él me contestaba desde su smartphone, algo fascinante. Una charla en la que me ha recordado la dignidad de una profesión de la que muchos desconfían hastiados, quizás, por otras fórmulas que se venden como pseudo periodismo y no dejan de ser farándula.

Termina la conversación comentándole las novedades que me he encontrado en mis cinco primeros años en esta profesión. Él sonríe y en forma de guiño me contesta «Y esto no es nada, querido». Me parece notar un tono bucólico en sus palabras, a pesar de la distancia. Como una cálida palmada de ánimo de un hombre al que la experiencia le permite actuar con conocimiento de causa. Y renace, de nuevo, aquella fascinación y envidia.