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Hay personas a las que les da auténtico pavor cruzarse en su día a día con algún tipo de animal. Los hay que viven con el temor de que caminando por el Camí de Cavalls les aparezca una serpiente, una araña, un saltamontes o una avispa. O los que disfrutan de un apacible baño en aguas profundas y no pueden evitar sentirse inseguros por si aparece de repente una aleta de tiburón merodeando o algún bicho de esos que moran en lo hondo del mar como una orca, una morena o una barracuda. Puede que ver de cerca un león, un oso, un cocodrilo o un lobo acongoje a más de uno. Pero, ¿cuál es el animal más peligroso del planeta?

En la lista que llevamos, no hemos citado a todos los seres que pueden ser peligrosos. Nos olvidamos, por ejemplo, de los virus, esos microorganismos apenas perceptibles que causan epidemias devastadoras y contra las que cuesta luchar. No está por ejemplo el mosquito, capaz de matar letalmente y de una forma casi increíble, a todo aquel al que le pique y transmita alguna enfermedad para la que el individuo no esté inmunizado, o los parásitos que campan a sus anchas y sin que se perciba en cualquier ser humano causando infinidad de síntomas y enfermedades, o la mosca Tsé-Tsé, que causa la enfermedad del sueño y que parece tan cómica como efectiva. Y la lista, seguramente, se alargaría hasta llenar esta y otras páginas de este periódico con criaturas que por una razón u otra, podrían causarnos la muerte. Pero no serían las más peligrosas.

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El animal más peligroso sobre la faz de la tierra es el ser humano. Es el único que mata por diversión, por aburrimiento, por envidia. Es, de entre todos los seres que he citado en esta lista, capaz de arrebatar la vida a otro por causas irracionales. Sin motivo. Hay animales que matan para alimentarse, por motivos de territorio, para sobrevivir, para reproducirse... El hombre puede llegar a matar sin aparente motivo. Y no solo a los de su misma especie, sino también a otras especies disfrutando con el hecho de ver sufrir a un animal. Imagino que algún filósofo dirá que en algún momento en la escalera de la evolución tropezamos con un escalón que nos volvió insensibles y nos alejó de nuestra condición de seres racionales.

Hay gente que se siente más cómoda en la compañía de un animal o que simplemente confía más en ellos. No me extraña. El mundo se ha vuelto loco y el ser humano, idiota. Hasta el punto de ser el elemento distorsionador de un paraíso que sin nosotros, sería realmente idílico.

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