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La controversia y las distintas reacciones que ha suscitado la nueva Ley de Financiación de los Consells Insulars ha motivado que, estos días, desde Eivissa hayan dirigido su mirada hacia Menorca y nosotros hemos valorado, con perspectiva menorquina, la realidad pitiusa.

Tan cerca y tan lejos. Muchos ibicencos -y viceversa- no han visitado Menorca. Somos dos islas, dos mundos aislados que no nos conocemos, porque nos damos la espalda. Con el mar por medio, que en este caso no une, sino que separa, la distancia se transforma en olvido, acentuado por unas comunicaciones que dificultan los desplazamientos. El traslado desde Menorca a Formentera, que implica transitar por tres islas, significa elevados coste en tiempo y en billetes de avión y barco.

Menorquines e ibicencos, con derroteros históricos propios; costumbres, tradiciones y expresiones; idiosincracias e identidades, conscientes de vivir en territorios limitados que bordean el mar desde todos los vientos.

Unidos únicamente por la falta secular de entendimiento con Mallorca. Tras haber transitado siempre por diferentes derroteros, desde hace sólo treinta años contamos con instituciones y foros comunes -como el Govern de la Comunidad, el Parlament y la radio y televisión autonómicas- donde podemos compartir inquietudes y reivindicaciones. Es preciso derribar mitos, superar recelos y prejuicios. Porque la falta de relación y de diálogo entre Menorca y Eivissa distorsiona las percepciones sobre sus realidades socioeconómicas.

No es cuestión de entrar en comparaciones absurdas, porque los indicadores no son idénticos. Es el momento de profundizar en una relación que ha sido imposible durante años. Menorquines e ibicencos debemos ser capaces de entendernos para aprender las capacidades y potencias de cada Isla.