En mis frecuentes encuentros con visitantes de la Isla del Rey, utilizo una obligada frase: «La geografía marca la historia de los pueblos».
Solo conociendo la privilegiada situación del puerto de Mahón, centrado en el Mediterráneo occidental, equidistante de Marsella, de las Bocas de Bonifacio, de Argel, de Valencia, de Barcelona y de Rosas, se puede comprender como en tiempos de navegación a vela allí se ubicase una basílica paleocristiana en el siglo VI, allí desembarcase Alfonso III en 1287, los ingleses construyesen un hospital naval en 1711, un siglo después se abriese el último de tres lazaretos para control de la enfermedades que llegaban del norte de Africa y que en plena Segunda Guerra Mundial arribasen en busca de neutral hospitalidad los náufragos del acorazado «Roma», hundido por la aviación alemana en septiembre de 1943.
Robert Kaplan (Nueva York, 1952) uno de los mejores analistas de política internacional , dedica su última obra a esta «venganza de la geografía» que interpreta en clave de apertura debido a los enormes conocimientos que nos proporcionan los nuevos medios como el Google Earth o el Google Maps . Lo que antes solo conocían ciertas cancillerías lo conoce hoy todo el mundo.
Kaplan es bien conocido en el mundo de la geoestrategia. Ya nos regaló una obra sobre los Balcanes, Oriente próximo y el Cáucaso -«Rumbo a Tartaria»- cuando la comunidad internacional estaba seriamente comprometida en Bosnia . Más adelante con «Soldados de Dios» nos transportó al Afganistán de los guerrilleros islámicos, enfrentados primero con la URSS y más tarde luchando contra la comunidad internacional. En todas sus reflexiones, en el entorno geográfico, aparece el hombre, su raza, sus costumbres, su religión y los límites de su territorio.
Recuerda los estudios considerados clásicos sobre el tema, especialmente los de Mackinder -«el corazón de Eurasia determinará el destino de los imperios»- y del Almirante Mahan que atribuía el poder del imperio al poder naval, doctrina que fue desarrollada por los EE.UU.
Me ceñiré a la parte de su obra que trata sobre el Mediterráneo. Cree Kaplan que el Mare Nostrum volverá a convertirse en un conector, que unirá el sur de Europa con el Norte de Africa; dejará de ser la frontera entre metrópolis y colonias. Lo justifica por los potenciales energéticos de la parte sur-gas y petróleo- que ayudarán a integrar proyectos y relaciones humanas.
Leer esto, bien apoyado Kaplan en las teorías de quien mejor ha descrito el Mediterráneo como es Braudel, siembra en el lector actual ciertas dudas, vivas la imágenes de las tragedias de Lampedusa que fluyen por problemas alejados del mar como son los de Somalia o Eritrea, o comprobando como Libia se ha convertido en un estado fallido cuyo fracaso contamina a toda el área del Sahel; cuando Egipto no alcanza a conseguir el equilibrio entre sus fuerzas sociales y políticas y cuando Oriente Medio sigue teniendo parte de su futuro en campos de refugiados, en milicias armadas, en desencantos y frustraciones.
Kaplan intenta dar respuesta a estos interrogantes. Quiera Dios que sus predicciones superen a las mas preocupantes que sentimos muy de cerca los pueblos ribereños.
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