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La festividad de la Comunidad Autónoma sigue siendo una celebración más política que social. Como mínimo debería alentar el sentimiento propio y la reivindicación del papel que les corresponde a nuestras instituciones. La autonomía está en horas bajas. Mientras crecen las voces a favor de la recentralización de servicios y competencias, Balears sigue aportando el 14 por ciento del PIB al Estado y recibe mucho menos. Los fondos estatutarios se plantean como una cesión de Madrid y no como una deuda pendiente. Balears tienen un argumento de peso para reclamar un trato más digno, y no es su pasado, sino la insularidad como hecho diferencial. Tener que reclamar que no se reduzca el descuento de residente es un indicador claro de la debilidad de la idea autonomista. Es cierto que cuatro islas no son un país. Cada una de ellas tiene personalidad propia y es precisamente dando importancia a la diversidad y a la identidad insular como se puede construir la Comunidad Autónoma. Hoy debería ser la fiesta del Consell, la institución que representa a los menorquines y que al mismo tiempo es el organismo autonómico de referencia en la Isla. Las políticas de austeridad han congelado el proceso de identidad política. La nueva ley de consells ha de dar paso a un nuevo proceso que mire al futuro, sin añoranza del pasado.