TW
0

De forma prácticamente unánime se ha valorado en positivo el gesto de Benedicto XVI de renunciar al Pontificado debido a su estado de salud. Se ha destacado su honradez personal e intelectual, y su valentía para asumir que no podía desarrollar su labor como padre de la Iglesia de una forma eficaz. Con su decisión se ha convertido en un testimonio del compromiso de servicio que impregna cualquier responsabilidad de los católicos en la Iglesia y en el mundo, como uno de sus principales valores evangélicos. La renuncia transmite un mensaje claro, una herencia para las nuevas generaciones, sobre la generosidad que conviene practicar en muchas circunstancias de la vida, sin apego a las posesiones, a los cargos y al prestigio social. Benedicto XVI asumió hace ocho años el difícil reto de suceder en la cátedra de San Pedro a un Papa con tanto impacto público como Juan Pablo II. Ha sido capaz de impregnar su tiempo de una personalidad propia, con capacidad para el debate intelectual, para la reflexión sobre la creencia religiosa, para la espiritualidad. Ahora contemplará el tiempo de un nuevo Papa, desde la oración y la tranquilidad de espíritu de quien ha cumplido con su misión.